Difícil encontrar por estos días un cineasta capaz de extrapolar el espíritu de una historieta a la pantalla con la frescura y la potencia con que lo hace Matthew Vaughn. Tras el fenómeno “Kick Ass” resucitó a los X-Men de la mano de la primera generación, y aquí le saca el jugo a “The secret service”, un notable comic book firmado por Frank Millar (uno de los autores de “Kick Ass”) y Dave Gibbons. Esta versión no es fiel a la historia, más bien se inspira en ella para construir su propio mundo del espionaje. Un universo paródico, cinéfilo, por momentos lisérgico, por supuesto que excesivo y, por sobre todo, entretenido a más no poder.
Los agentes de Kingsman remiten al James Bond de Sean Connery, pero también a Napoleon Solo y al John Steed de “Los Vengadores”. Así que cuando el aprendiz Eggsy (correcto Taron Egerton) le confiesa a su jefe Michael Caine que admira a Jack Bauer, la respuesta no puede ser otra que una risita suficiente.
Elegantes, sofisticados, sarcásticos, los agentes de Kingsman son perfectos caballeros británicos dotados de la máxima tecnología al servicio del bien. Por más que varios pasajes de la película sean dignos de Austin Powers.
La historia funciona porque equilibra la acción, el homenaje y la parodia en dosis ajustadas. Hay diálogos brillantes y otros imposibles. “Kingsman” se saca el sombrero ante los clásicos del género mientras se ríe de sus convenciones y de sí misma.
Es clave el extraordinario reparto que reunió Vaughn. Colin Firth y Mark Strong están estupendos, mientras que Sofia Boutella construye una asesina letal e impagable. Pero sin villano no hay complot y Samuel L. Jackson compone un científico tan brillante como demente (y zezeoso). Al típico genio que quiere controlar el mundo sólo puede frenarlo un Kingsman con todas las letras.