En Tafí del Valle los duendes pueden aparecer en cualquier momento. Algunos están en las puertas de los comercios, sorprendiendo a los clientes que ingresan. Otros aguardan en la recepción de un hotel, sosteniendo el libro donde los huéspedes dejan sus comentarios. Esas figuras pequeñas, de largas orejas, con un enorme sombrero, asustan a algún niño desprevenido, mientras nos observan con una mirada penetrante y la sonrisa traviesa.
Sin embargo, para los habitantes oriundos de Tafí no sólo son muñecos que adornan locales comerciales o están a la venta para turistas fascinados con estas figuras míticas. Para los tafinistos, los duendes forman parte de las historias que se cuentan de generación en generación, en especial sobre sus apariciones durante las solitarias siestas en los cerros. Los duendes forman parte de los mitos y las leyendas que le dan identidad al Valle.
“Las historias de duendes son permanentes. Muchos niños, de distintas épocas, aseguran haber visto alguna vez a estos personajes”, cuenta Javier Astorga, periodista local.
Orígenes
Para conocer más sobre estos personajes, que desde hace decenas de años forman parte del folclore del norte argentino, visitamos “Casa Duende”, el museo de mitos y leyendas ubicado a 7 kilómetros de la villa. Desde su llegada a Tafí, Alejandro Urciuolo, director del museo, se dedicó a recopilar y documentar el tema, a partir de las charlas con los lugareños, sus creencias y sus costumbres.
Urciuolo sostiene que la leyenda de los duendes nace como un eje para sostener un sistema cultural basado en el miedo y el castigo. “Es la imposición de un sistema religioso, el catolicismo, donde implantan al diablo como ese duendecillo para formar y forjar una nueva idiosincrasia”, afirma.
El especialista explica que los orígenes de los duendes se remontan a Europa y que esas figuras pequeñas no representaban lo malo, sino todo lo contrario. Urciuolo, que además es músico y artista, precisa que la palabra duende significa “dueño de, de tener el don, de estar en gracia divina”.
Recuerda que sus abuelos, oriundos de las naciones celtas, tenían muchas figuras de duendes en el jardín y lo mandaban a jugar con ellos. “Cueste lo que cueste, no pierda ese duende”, me decían. El artista sostiene que perder ese duende era como perder el don. “Como perder el eje de tu gracia, de lo que viniste a hacer en este planeta”, apunta.
La mano que castiga
Urciuolo sostiene que en la región se instaló la idea del duende que castiga con la mano de lana; y con la de hierro al que anda robando, peleando, miente o se emborracha.
Astorga, por su parte, cuenta que una de las creencias más difundidas es que el duende amenaza con pegar una cachetada, pero siempre da la opción de aplicar el golpe con su mano de hierro o con la de lana.
Urciuolo añade que la idea del hierro como elemento para castigo la instalaron los jesuitas. Ellos llevaron el hierro a la región, donde sólo se conocía el oro, el cobre y la plata. Cuenta que en sólo dos zonas de España el duende aparece con una mano de estopa y con una mano de plomo. Pero, según le enseñaron sus abuelos, la mano de plomo no era para castigar, sino para ayudar a cortar los pastizales en las campiñas europeas, mientras hacían dibujos para divertirse.
Por las dudas, el consejo es que si un duende se aparece por los caminos de Tafí y da a elegir entre la mano de lana y la de hierro para ser cacheteados, hay que elegir la de hierro, porque duele menos que la de lana.