Está mucho más cerca del centro que Yerba Buena. Ahí no más, apenas unas pocas cuadras más allá del parque 9 de Julio. Pero es como si nadie la viera. Claro, se encuentra detrás de ese insulto a la seguridad vial que representa la autopista de Circunvalación. Sin embargo existe. La Costanera es la máxima expresión de una marginalidad que asfixia a más de 3.000 familias (y que se repite con menor o igual intensidad en el resto de los asentamientos de San Miguel de Tucumán). Pero a la miseria, a la drogadicción, al analfabetismo, a la contaminación y a la violencia, sus habitantes deben sumar un infortunio más: habitar un barrio que se encuentra en el fondo de la lista de prioridades de una ciudad donde los problemas urbanos parecen haberse vuelto naturales.
Da la impresión de que en la capital, donde nueve precandidatos aspiran a llegar a una Intendencia que en 2015 manejará un presupuesto de $ 2.415,8 millones, nos hemos acostumbrado a convivir con la agresividad de un tránsito anárquico, con el insulto de la basura, con la angustia de la inseguridad, con la tristeza de la pobreza extrema. A fuerza de persistencia, estas situaciones parecen haberse vuelto tan naturales como la humedad agobiante del verano ¿O acaso alguien imagina la posibilidad real de vivir en una urbe más limpia, de transitar por calles ordenadas, de terminar con la inseguridad?
En una ciudad en la que el peatón no tiene prioridad ni en las esquinas, el año pasado se presentó un plan para reordenar el transporte público de pasajeros y mejorar la circulación en las calles céntricas (fue elaborado en base a las propuestas realizadas por dos consultoras a fines de 2012). Según lo que la administración de Domingo Amaya anunció en aquel momento, se iban a delimitar calles exclusivas para la circulación de ómnibus (por ejemplo, Córdoba, Crisóstomo Álvarez, General Paz y Santiago del Estero). Además, se proyectaba separar los circuitos de las líneas urbanas y de las interurbanas para evitar que la superposición hiciera colapsar las calles (tal como ocurre ahora) ¿Es posible que una medida tan drástica mejore el tránsito? En la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UNT coinciden en que fortalecer el transporte público y desalentar el uso de vehículos particulares siempre va a ser preferible a la situación actual. Pues bien, la implementación de estos cambios estaba prevista para enero; hasta ahora no ocurrió.
No hace falta recorrer la ciudad profunda para entender la magnitud del problema de la basura. Basta con transitar la autopista de Circunvalación y los accesos para hacerse una idea de lo que se puede encontrar calles adentro: la situación está fuera de control. Hasta el Gobierno provincial se involucró el año pasado con la creación de la Secretaría de Estado de Saneamiento y Mejoramiento de Espacios Públicos, pero no alcanzó para transformar esta realidad. Así, da la impresión de que en el Jardín de la República, apostar policías en los sitios en los que habitualmente se arrojan desperdicios es la única manera de evitar que florezcan los vaciaderos clandestinos.
En 2012, a los vecinos de La Costanera les habían prometido espacios verdes, la erradicación de los basurales y la apertura de nuevas calles. Todo eso y otras mejoras debían producirse hasta 2015. En diciembre inauguraron el Paseo de la Costanera (la pavimentación de la acera este de la avenida Costanera entre Francia y Guatemala, y la construcción de una platabanda). Al resto todavía lo siguen esperando.
Los nueve precandidatos a intendente (Germán Alfaro, amayista; José Luis Avignone, UCR; Silvia Elías de Pérez, UCR; Facundo Garretón, PRO; Federico Romano Norri, UCR; Luis Sacca, UCR; Gerónimo Vargas Aignasse, Frente Renovador; Claudio Viña, Fuerza Republicana, y Pablo Yedlin, alperovichista) aspiran a gobernar una ciudad en la que en pleno siglo XXI todavía es necesario cortarles la luz a algunos vecinos para brindarles el servicio a otros, en la que el agua sigue siendo un bien escaso para algunas personas, en la que la inseguridad lleva a que los intentos de hacer justicia por mano propia se vuelvan cada vez más habituales, en la que estos y otros infortunios urbanos parecen haberse vuelto naturales a fuerza de repetirse.
A seis meses de las elecciones, aquellos que aspiran a sentarse en el despacho que ocupa Amaya en Lavalle y 9 de Julio tienen un doble desafío. Por un lado, desarrollar estrategias concretas que permitan empezar a resolver estos problemas ya endémicos (la colaboración de las cuatro universidades puede ser clave). Por el otro, demostrarles a los electores que detrás de sus propuestas hay una planificación seria y no una simple manifestación de intenciones que se diluirá al día siguiente de los comicios.