Las multitudinarias marchas en honor al fiscal Alberto Nisman dejaron en claro que una porción importante de la población argentina está enojada, triste, desesperanzada o directamente en contra del Gobierno kirchnerista. También mostró que el quiebre de la sociedad llegó a un punto ciego, profundo, al que por ahora no se le avizora un final. Integrantes de los tres poderes del Estado miden fuerzas por estas horas. La porción K y la anti K de esas personas empoderadas para decidir sobre la “cosa pública” luchan sin respiro por ver cuál se impondrá sobre la otra. En el medio, millones de argentinos sienten un nudo cada vez más apretado en la garganta. Argentina ayer lloró, porque las marchas fueron la muestra de una Nación sangrante, sin rumbo y desorientada por la muerte de una figura social clave. Nadie salió ganando y quizás nada cambie demasiado después de esta muestra de dolor social. Fue la obra cúlmine del fracaso institucional del Estado, de sus tres poderes, como administradores de la República.