Durante el período en que fue rector de la UNT el contador Juan Alberto Cerisola, insistimos, en varias notas de opinión, sobre la necesidad de que la casa de estudios honrara el formal compromiso que tiene contraído con la Sociedad Sarmiento.
Tal compromiso es conocido. En 2006, por un convenio, la casa de Terán se comprometió a restaurar el local y a colaborar con el mantenimiento del fondo bibliográfico de la Sarmiento. Como contrapartida, la UNT recibía la nuda propiedad del inmueble de Congreso 65, reservándose la Sarmiento el usufructo mientras existiera como sociedad civil. Caso de desaparecer, local y libros pasaban a la UNT, que tenía la facultad de designar a la mitad de los miembros de cada directiva. El convenio, con todas estas estipulaciones, se elevó a escritura pública en 2009.
A pesar de nuestras insistentes publicaciones, está a la vista de todos que la UNT nada hizo hasta la fecha. El local de la Sarmiento sigue en estado ruinoso. Los servicios que presta están en extremo limitados por el mínimo personal. Y también, porque su soberbio patrimonio bibliográfico es de consulta imposible, ya que el cambio de ubicación de los libros tornó inútil el antiguo fichero de tarjetas.
No hay acceso al entrepiso del salón de lectura, por el riesgo de derrumbe. Además, no todos los volúmenes están en anaqueles. Al fondo del salón de la planta baja, una habitación cerrada al público contiene varios centenares de tomos, amontonados de cualquier manera.
Obviamente, los salones de la planta superior, que hasta la década de 1940 se colmaban del público que asistía a conferencias de figuras como José Ortega Gasset o Leopoldo Lugones, o para grandes recitales de música, están clausurados por su estado de destrozo. En suma, la tristeza y el abandono rodean al local que diseñó el ingeniero Domingo Selva y que se inauguró hace más de un siglo, llenando de orgullo a los tucumanos de varias generaciones.
Es curioso lo que ocurre con nuestras antes famosas bibliotecas, que tuvieron nombradía nacional. En otros tiempos, dos grandes centros de ese tipo (la Sarmiento, en 1882; la Alberdi, en 1903) se fundaron gracias al esfuerzo privado. Sin embargo, hemos permitido inexplicablemente su decadencia.
Ante ella no sólo han guardado silencio los entes oficiales, sino también el comercio, la empresa, la banca y la industria de Tucumán. A diferencia de lo que ocurre en otros países, esas fuerzas vivas nunca movieron un dedo para detener el proceso de disolución de instituciones cuya labor tuvo decisiva influencia en esa tradición cultural cuya importancia encomiamos tan a menudo.
En un editorial del 9 de diciembre de 2014, sugerimos que la UNT celebrara su centenario iniciando efectivamente la reconstrucción del edificio y de la biblioteca. Entendíamos que era la forma en que la alta casa de estudios comenzara a pagar la deuda de gratitud que mantiene con la institución en cuyo seno se planteó la idea de una Universidad tucumana, con motivo de aquellos memorables “cursos libres” de 1906.
Nos parece que la inercia actual debe terminar. Tanto la Universidad como las fuerzas vivas de Tucumán, podrían unirse para intervenir -positivamente y de una vez por todas-, frente a un panorama tan desolador y tan desdoroso para nuestra personalidad cultural. Hacerlo así, sería un digno modo de celebrar el Bicentenario.