- Gobernador, ¿Y ahora qué?

- No lo sé...Yo estoy hecho hace rato y mis hijos no tendrán problemas de dinero. Pero el poder es algo más grande que lo económico. No es lo mismo tener plata que tener poder político...

El diálogo se dio la noche del 23 de octubre de 2005. La entrevista estaba pautada en el domicilio particular de José Alperovich, el día que le ofreció a Néstor Kirchner el primer triunfo aplastante del alperovichismo en las elecciones de medio turno. Allí se celebró la primera fiesta de la década alperovichista. Y el objetivo era hacer desaparecer del mapa electoral a Fuerza Republicana. Eran tiempos de sintonía fina con la Casa Rosada.

Luego vino el momento del estamos trabajando fuerte. Hasta ahora esa sigue siendo la muletilla del mandatario. Pero Alperovich ya no es aquel soldado del kirchnerismo, como él mismo se definió cuando fue reelecto en el cargo, en agosto de 2007. Pese a haber sido una de las figuras más votadas en esa oportunidad (obtuvo el 80% de los sufragios), su sueño de crecer políticamente a nivel nacional quedó trunco. Y todo llega a su fin. Alperovich constató que el poder no es eterno y tiene fecha de vencimiento: el 29 de octubre, dentro de 257 días. Aunque le queda la posibilidad que, en el camino, luche por una banca en el Senado de la Nación.

De todas maneras, las palabras ya están alimentando lo que será este año electoral. El síndrome del pato rengo, ese proceso de decaimiento que ha tenido toda gestión en su último año de mandato, ya está instalado en la Casa de Gobierno. El propio Alperovich ha dado cuenta de ello ayer, en sus habituales charlas matinales con la prensa, al inaugurar obras. “La política es hacer cosas; nos está costando un poco”, señaló. Sus vacaciones en Estados Unidos han sido como una charla interna entre el hombre que tuvo el poder supremo y su espejo, ese que le refleja la figura de una vieja figura política a la que le cuesta dar batalla proselitista. Sin embargo, el animal político aún está vivo. Y no ha dado aún bendiciones a sus sucesores. Eso es lo que desconcierta a la tropa. Eso es lo que lleva a la oposición a alumbrar la posibilidad de un cambio en los próximos comicios. Nada está aún firme. Todos son esbozos de un proyecto político. No hay plataformas que contengan a los tucumanos. Tan sólo aspiraciones personalistas de dirigentes con eslogan de campaña tradicional, de esos que prometen mucho, pero cuando llegan al poder vuelven sobre sus palabras. La provincia adolece de seguridad. Los tucumanos sienten en carne propia que no pueden andar tranquilos por las calles. El delito no se ha tomado vacaciones. Está más activo que siempre y las fuerzas de seguridad y la política no saben cómo dar respuestas a tanta demanda ciudadana. Ese -tal vez- sea el principal problema por estos días de la gestión.

El Gobierno ha decidido adelantar la discusión paritaria con el solo fin de llegar a las elecciones sin grandes contratiempos que signifiquen otros argumentos para que la oposición cabalgue en el período de proselitismo. La Casa Rosada, en tanto, le ha otorgado una nueva refinanciación a las provincias que, en los hechos, no es más que una ayuda simbólica para que los gobernadores sumen apoyos a la lista del Frente para la Victoria.

El oficialismo ha mostrado -y sigue evidenciándolo- una dispersión de acciones. Da la sensación de que el Poder Ejecutivo no está dispuesto a delegar la administración de la cosa pública en los intendentes. Un gesto de desconfianza que puede ser nocivo para las aspiraciones electorales de los que quieren continuar ejerciendo el poder.

De todos modos, no se observan complicaciones financieras serias de aquí hasta el cierre de la administración Alperovich. El próximo gobernador debería arrancar su mandato con las cuentas saneadas.

“El final de un gobierno no es tan fácil. Terminamos 12 años de gobierno y tenemos que motivar a la gente para que trabaje hasta el último día”. Quién hubiera dicho que llegaría el día en que Alperovich admitiera que todo le cuesta más.