Abandono, incuria, abulia, dejadez, descuido, desgano, desinterés, inapetencia, holgazanería, pereza y vagancia. Los sinónimos de la desidia son numerosos y duros. Porque no se trata una palabra común, sino que tiene muchas connotaciones. La desidia, por ejemplo, es hermana de la negligencia y prima de la vergüenza. Además, rima con perfidia y suena parecido a envidia. Es decir, tiene un amplio espectro; como la penicilina. Por eso, es tan difícil de erradicar. Cuando se arraiga a un páramo, se queda tan anclada que puede inundarlo todo. Y Tucumán es un claro ejemplo. Hace años que esta provincia sufre las consecuencias de la desidia. Y no sólo en sus calles y paseos, en sus accesos y avenidas, en sus plazas y parques: también en los puntos turísticos más promocionados. Todos los días los lectores de LA GACETA lo ratifican con sus abrumadoras quejas. La semana pasada, por ejemplo, un turista indignado mandó una vergonzosa fotografía en la que podía verse un gran basural a la vera de la ruta que conduce a la gruta de la Virgen de Lourdes, en San Pedro de Colalao. Y reflexionaba: “Es muy triste ver así a Tucumán”. Días después, en la sección Tucumanos, se publicó una imagen que mandó otro lector y que mostraba la basura acumulada en las márgenes del dique La Angostura, entre El Mollar y Tafí del Valle; las dos villas emblemas del turismo local. En esa foto, además, podía verse a un muchacho recostado en la playa, que había bebido hasta perder la razón y que estaba rodeado por una montaña de botellas vacías. Una postal que también se repite cada fin de semana en El Cadillal y en San Pedro de Colalao. Finalmente, el domingo, salió a la luz, la suma de todos los males: el avasallamiento del predio de Los Menhires en El Mollar, convertido ya en una feria de rubros variados donde el mal gusto y la improvisación anulan cualquier cordura.
Es cierto que el turismo es mucho más que lo que se ve. Lo reconoció el mismo titular del área, Bernardo Racedo Aragón, en una entrevista reciente. Pero también es la conjunción de esfuerzos que dependen de varias reparticiones del Estado y no sólo de una. Otra vez volvemos a lo mismo: el crecimiento requiere del esfuerzo mancomunado. No del individualismo feroz. Porque lo que se hace en solitario siempre corre el riesgo de ser fugaz y poco certero. Mahatma Gandhi atesoró una frase que bien podría aplicarse en nuestro medio. Decía: “La diferencia entre lo que hacemos y lo que somos capaces de hacer resolvería los problemas más grandes que hay en el mundo”. Volviendo a nuestra comarca: ¿qué es lo que se está haciendo? ¿Qué es lo que somos capaces de hacer? De las respuestas que seamos capaces de dar, se podrá comenzar a escribir nuestro futuro. Porque no es cierto que tenemos el turismo que nos merecemos; más bien tenemos el turismo que nos sale. En este sentido, tal vez tenga razón Racedo Aragón cuando afirma: “El turismo no se fabrica. El turismo es una ventana que se abre y que muestra lo que vos sos”. Tal cual. Como en una casa, que se moldea a medida de la familia que la habita. Y entonces... ¿somos lo que muestran nuestras postales? Y si somos un ejemplo de desidia... ¿debemos conformarnos? Tal vez deberíamos reflexionar sobre esto, porque ningún hogar se puede forjar con desidia. Más bien todo lo contrario: cuanto más esfuerzo, orden, cuidado y limpieza tiene, más acogedor es. Entonces, será que Tucumán tiene que ponerse las pilas y empezar a trabajar en conjunto para que los turistas que lleguen a esta provincia puedan llevarse otra imagen de esta tierra que hechizó a Victoria Ocampo y moldeó la prosa de Tomás Eloy Martínez.
Así las cosas, ¿es ético recorrer las exclusivas playas porteñas repartiendo folletos e invitando a los turistas a recorrer algunos destinos tucumanos que ni siquiera tienen los servicios básicos? ¿No sería mejor concentrarnos en dotar a estos circuitos de una mejor infraestructura y combatir sin demora la incomprensible dejadez que existe en El Mollar o en San Pedro de Colalao? Tucumán es una provincia prodigiosa. Jorge Luis Borges escribió una vez que aquí el verde de los bosques se da la mano con el dulce caramelo de la caña de azúcar. “Es el arquetipo del Paraíso”, dijo. Y tiene razón. Belleza hay de sobra. Lo que falta es un plan que pula esa belleza y permita mostrarla en todo su esplendor, sin necesidad de andar repartiendo folletos.