“Los hombres normales no saben que todo es posible”, aseveró el escritor David Rousset, miembro de la Resistencia francesa durante la II Guerra Mundial. Lo citó la filósofa Hannah Arendt en Orígenes del totalitarismo, precisamente porque el totalitarismo -desde su mismísimo nombre- sí sabe que todo es posible. Es más, tiene depositada toda su espantosa fe en ello.
Todo el siglo XX -y allí radica su legado de oprobio para la posteridad- fue una larga demostración de que el hombre era perfectamente capaz de hacer cualquier cosa con el hombre. No se trata de que el homo sapiens no lo hubiera probado con anterioridad, sino de que esta vez puso todo su conocimiento (el cual ya era vastísimo) al servicio de la matanza industrial de personas y del perfeccionamiento de la violación de los derechos humanos, que conforman esa dignidad parida de la misma placenta social que alumbró a la Modernidad. Europa lo vivió particularmente durante la primera mitad de la centuria. América, en especial, durante la segunda. Bien lo sabemos y mal lo sufrimos los argentinos. A Asia y a África, prácticamente, no les dieron descanso.
No se trata de que ese horror dado en llamar “todo es posible” sea ajeno a la naturaleza humana, sino de que cuando esa abominación se comprueba, el hombre necesariamente ha vuelto ya al estado de naturaleza. Es decir, la humanidad, tal como la concebimos, demanda existencialmente que no todo sea posible. Esa exigencia no sólo es un postulado filosófico ni un axioma moral, sino, primeramente, una condición cotidiana para que la realidad tenga sentido. Cuando el hombre normal se encuentra ante el espanto de que todo es posible, en rigor, se enfrenta a lo incomprensible.
En ese punto exacto se encuentra hoy, en este nuevo año del nuevo siglo, la Argentina. Este país donde millones de hombres y de mujeres normales, durante esta semana, no sólo no podían entender lo que estaba ocurriendo: ni siquiera podían creer lo que veían.
Contra toda esperanza, todo es posible en la Argentina.
Lo que perdimos
En la Argentina es posible que el atentado perpetrado contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) continúe impune 20 años después, a pesar de que 85 argentinos perdieron la vida y de que miles de otros argentinos perdieron ahí a quienes más amaban.
Es posible que la Presidenta de la Nación sea denunciada por un fiscal federal de presunto encubrimiento de los iraníes acusados de ser los autores intelectuales de la masacre. Es posible que ese fiscal, Alberto Nisman, aparezca muerto en la víspera de concurrir a la Cámara de Diputados a exponer las pruebas en que sustentó la denuncia contra la jefa de Estado. Y es posible que, una semana después, los argentinos no sepamos qué pasó en verdad.
Lo que reeditaron
En la Argentina es posible que la custodia personal del fiscal, luego de sospechar que algo le había ocurrido a él, demorase casi medio día en entrar al departamento. Es posible que un funcionario político, como el secretario de Seguridad, entre a esa vivienda antes que los fiscales o los jueces. Y es posible que, tres días después, recién se enteren de que había un tercer acceso al lugar.
Es posible, además, que buena parte de las principales autoridades federales se emperraran en atacar a la víctima. Es posible que lo cuestionaran hasta en su moral de padre al machacar obscenamente en que “había abandonado a su hija en un aeropuerto” de Europa. Es posible que hasta exigieran investigar al muerto, para saber por qué había interrumpido sus vacaciones y adelantado su regreso (como si ignoraran que la Procuraduría General de la Nación estaba poniendo y sacando fiscales como si fueran descartables). Es posible que la víctima fuera la culpable; o lo que es igual: los que se llenaron la boca con las garantías civiles no dudaran ni un solo instante en reeditar el “algo habrá hecho”.
Lo que era, pero no era
En la Argentina es posible que el oficialismo apurara la hipótesis del suicidio. “El suicidio provoca, además, en todos los casos, primero: estupor, y después: interrogantes. ¿Qué fue lo que llevó a una persona a tomar la terrible decisión de quitarse la vida?”, fue el pronunciamiento del martes de la mandataria. El secretario de Seguridad dijo que todos los caminos conducían a que Nisman se había quitado la vida. El secretario general de la Presidencia agregó que “no hay que ser un genio para darse cuenta de eso”. El jefe de Gabinete declaró su adhesión a esta última manifestación.
Es posible, por supuesto, que el jueves la Presidenta opinase todo lo contrario y declarase estar convencida de que no fue suicidio. Justo a tiempo para que el secretario de Seguridad dijese que siempre fueron prudentes a la hora de hablar de la muerte de Nisman; para que el secretario general de la Presidencia afirmase que nunca abonaron ninguna hipótesis; y para que el jefe de Gabinete aclarase que en una parte del pronunciamiento de la presidenta, suicidio está escrito entre signos de preguntas.
Lo que volcaron
En la Argentina es posible que las convicciones de quiénes gobiernan valgan lo que una encuesta: por pura casualidad, cuando todos los sondeos dicen que casi nadie cree que Nisman se suicidó, en la Casa Rosada de repente también dejaron de creerlo. Es posible que el kirchnerismo, por estas horas, se asemeje a un camión sin barandas: la Presidenta dobló de pronto, y todo un cargamento de bien pagados malversadores de la memoria, la verdad y la justicia, que se dedicaron a descalificar y vituperar a todo aquel que no creía que el fiscal se haya quitado la vida, volcaron en la curva. Todavía se los puede ver dando tumbos en su incoherencia, ahora que pasaron de sostener que Nisman se suicidó porque no tenía pruebas a pretender que al fiscal “le escribieron la denuncia”. Era cierta la advertencia de Juan Domingo Perón: la política sólo vende pasaje de ida hacia el ridículo.
Es posible, por supuesto, que todos estos vergonzantes barquinazos sean dados a través de Facebook. Porque aquí es posible que la jefa de Estado que empleó la Cadena Nacional de Radiodifusión para inaugurar por teleconferencia el servicio de tren de pasajeros entre San Miguel de Tucumán y Tafí Viejo, que nunca se implementó, se refiera al magnicidio que estremece a la sociedad sólo a través de posteos en redes sociales. Por eso también es posible que la muerte del presidente venezolano Hugo Chávez, quien perdió la siempre desigual pelea contra el cáncer, mereciera tres días de duelo; mientras que la muerte del argentino que perdió la vida mientras buscaba la verdad detrás del peor atentado de nuestra historia ni siquiera mereció carta de condolencia presidencial para la familia.
Lo que no era, pero es
En la Argentina es posible que Nisman pase de ser el profesional a quien Néstor Kirchner puso al frente de la Unidad Fiscal de Investigación para la Causa AMIA (para la cual además habilitó una línea de financiamiento de la propia jefatura de Gabinete), a convertirse en el instrumento de un “golpe mediático” contra la esposa de Néstor Kirchner. Así como es posible que Jaime Stiusso, o como se llame, de repente se torne en un enemigo de las instituciones. ¿En los 11 años de kirchnerismo, durante los que fue encumbrado en la Secretaría de Inteligencia, no representaba ningún riesgo, verdad?
Es posible, en la misma línea, que se reúna la cúpula del PJ sólo para atacar a jueces, fiscales y periodistas, acusándolos de conspirar para enlodar el proyecto político de la Presidenta. O sea, es posible que la víctima sea la jefa de Estado y no Nisman ni todos los muertos y sobrevivientes del atentado a la AMIA. Y también es posible que ninguno de los gobernadores ni de los parlamentarios firmantes de ese pronunciamiento trágicamente desopilante se acordaran que ellos fueron los auspiciantes del documento más oscuro de la historia de este país: el Memorándum de Entendimiento con Irán. Ese que crea una Comisión de la Verdad cuya tarea, en definitiva, iba a sustituir la causa que investiga el atentado a la AMIA, entre otras aberraciones que derivaron, finalmente, en la declaración judicial de inconstitucionalidad. Tan posible como el hecho de que, frustrada la posibilidad de que se levanten las “circulares rojas” de Interpol sobre los iraníes acusados de ser los autores intelectuales de la masacre, Irán retirase el tratado internacional de su agenda parlamentaria.
Lo que fue y será
En la Argentina es posible que el “relato” de las autoridades sostuviera que ese Memorándum sería la panacea para sacar del estancamiento la investigación. Es posible, a la vez, que a los representantes del pueblo tucumano les pareciera mejor idea negociar en esos términos con Irán que escuchar los pedidos y las advertencias de la sociedad civil. La comunidad judía de la provincia hizo ingentes y públicos esfuerzos para que el alperovichismo, tan mayoritario, no acompañara al kirchnerismo en ese acuerdo. Pero no fue oída. Dudosa es la clase de estadistas que alumbra la democracia pavimentadora: sus vergüenzas son varias veces más duraderas que sus cordones cuneta.
Es posible, por increíble que parezca, que muchos se olvidaran de Amado Boudou, sus domicilios dudosos y el escándalo Ciccone. Y que aquellos que no lo olvidaron tengan la impresión, por estas horas, de que se trataba de asuntos ciertamente menores…
En la Argentina es posible la consagración de la impunidad. Y cuando todo es impunidad, todo es posible.