Si se quiere saber qué hay en la cima, primero hay que subir unos cuantos metros a pie entre plantas nativas, pencas, rocas de granito y cuarzo. El aire empieza a ser escaso y se siente como si los pulmones se fueran cerrando... Pero ello no es más que una preparación para lo que está por venir. Una vez arriba de El Pelao (tiene otras denominaciones como “Loma Pelada” o “Cerro del Medio”), se siente que valió la pena el esfuerzo: una bocanada de aire fresco anima a abrir los brazos para recibir al viento y al sol. Allá arriba hay una vista panorámica imperdible y única de todo el valle.

El Pelao se deja recorrer en profundidad a pie, en bicicleta o en moto (siempre hay que respetar las huellas para no seguir erosionando el terreno); se puede contratar una excursión o inventarla, y subir de día o de noche. El enorme coloso está ahí, a mano, y a disposición de quienes deseen explorarlo, treparlo, y descubrir sus riquezas y curiosidades.

Rocoso y suave
El cerro El Pelao ocupa aproximadamente el 30 % de la superficie central del valle; posee una altura máxima de 2.680 metros sobre el nivel del mar y está constituido por rocas graníticas de unos 400 millones de años de antigüedad, según detalla Guillermo Aceñolaza, geólogo, profesor y científico. Ese experto destaca que los materiales ígneos originarios, el tipo de enfriamiento y la cristalización dieron lugar a los granitos de la “Loma Pelada”. Dichas piedras “pueblan” cada rincón de la parte oriental del cerro porque la escarpa occidental (la que está en al zona de Las Carreras) se encuentra cubierta por una alfombra acolchonada y verde.

Cenizas cordilleranas
Antes de empezar a escalar, los guías Daniel Carrazano y Soledad Quiroga describen los árboles, arbustos y plantas que crecen naturalmente en la zona. Hay ejemplares de algarrobo con más de 100 años, acacias, y sauces mimbres y llorones; paico, puscana, menta, anís y molle, que desprenden aromas irreconocibles pero agradables con sólo frotar algunas hojas. Además hay unos frutos redondos, pequeños y anaranjados, que pueden probarse y que pertenecen a la planta llamada “mikuna”. Este vegetal sólo se da en los valles calchaquíes; tiene un sabor suave y dulce, y resulta ideal para preparar mermeladas caseras.

En el ascenso aparecen las apachetas, que son montículos de piedras encerrados en círculos. La tradición indígena las considera ofrendas apropiadas para la Pachamama que protege, cuida y aparta las desgracias del camino. Algunos dejan velas prendidas o rezan en las apachetas, que invitan a la reflexión y al recogimiento. Otro detalle que no pasa inadvertido son las manchas blancas en el suelo. Los lugareños acostumbran usar estas cenizas volcánicas como abrasivo para limpiar utensilios del hogar o para pintar las paredes de la casa (mezclan el polvo blancuzco con el líquido que sale de las pencas). Aceñolaza explica que las cenizas proceden de la Cordillera y que los vientos las depositaron en El Pelao hace millones de años.

Cerca de la cima oriental hay grandes rocas de cuarzo. Este es un sitio favorito para practicar yoga y meditar, tanto de día como de noche, según cuentan los guías. Año a año crece su fama de lugar con “atributos” energéticos. Carrazano y Quiroga invitan a apoyar las manos sobre una gran piedra de cuarzo para recobrar la fuerza y la energía perdidas. Al tacto, la superficie está bien fría, lo que provoca que la piel se erice. En el cerro también es posible encontrar mica e, incluso, algunos minerales semipreciosos, como turmalina y granate.

En la parte occidental, el “acolchado” cambia: gracias al viento húmedo del oeste, la superficie es verde y aterciolpelada. De ese pasto sacan provecho los innumerables caballos, ovejas y vacas sueltos en el cerro. Por esa zona, puestos y casonas ofrecen un buen mate cocido caliente con bollo: es imprescindible disfrutar la colación en las sillas de madera que miran al horizonte.