Deténgase un minuto y mírese. Analícese. ¿Cuál es su primera reacción al ver fotos, comentarios y WhatsApps se sus amigos o familiares que están tomando un mojito de un metro de alto en Aruba? ¿Qué es lo que siente cuando un colega le comparte una foto de Mar del Plata repleta de piel, de sol y de agua? ¿Cuáles son las palabras que le pasan por la mente cuando una pareja amiga se besa en un muelle en un atardecer de verano?

Qué crueles. Con qué necesidad. Andar por ahí compartiendo imágenes del paraíso cuando uno, desde la trinchera más polvorienta del verano, no tiene más remedio que ponerle onda, tomar aire y esperar que le llegue su momento. Y encima se siente en la obligación de ponerles “Me gusta”.

Debería declararse actividad insalubre visitar las redes sociales en verano. Uno debería dejarlas congeladas, esperando que todo vuelva a la normalidad. ¿Pero por qué, en vez de maldecir (“sanamente”) a sus amigos que mandan postales de envidia, no se decide a hacer las cosas que nunca hace durante el año? Salga a caminar, a tomar café. Aproveche que la ciudad está medianamente calma. Viaje a los Valles, aunque sea de pasada. Rompa el chanchito e intérnese un día entero en un hotel. Lea un libro, lea las buenas noticias que trae el verano. Sáquele el polvo a la bicicleta. Tire las cosas viejas, reacomode su casa.

Quítese los prejuicios: visite esos lugares de Tucumán que siempre ha considerado que no son para usted. Hágalo despacio, un día de semana, para enamorarse el paisaje y no toparse con la multitud. Camine por el parque, invente una huerta en su balcón. Cocine rico, pruebe nuevas recetas, invite a los amigos que, como usted, quisieran ser ciegos, sordos y mudos para no sufrir la parte insalubre del verano. Y no desespere y no sienta culpa: si no tiene ganas de ponerles “Me gusta”, simplemente apague la computadora.