BUENOS AIRES.- Para poder determinar cuál será el horizonte económico del año que se inicia, hay que trazar un perfil de la situación actual.
Una rápida mirada nos muestra que la industria se encuentra en franco retroceso y eso significó ni más ni menos que la pérdida de 20.000 puestos de trabajo, y de acuerdo con lo manifestado por los empresarios, las perspectivas de generar nuevos empleos es una quimera.
Otro tanto ocurre en el sector de la construcción donde el 80% de los empresarios cree que el mercado en 2015 será igual o peor al año anterior.
Esto por tomar dos sectores que demostraron ser los más dinámicos durante la gestión kirchnerista.
Si se profundiza en los sectores de ingresos fijos, la inflación operó como denominador común, tanto de trabajadores activos como de los jubilados y pensionados que vieron mermar su poder de compra.
La transferencia de recursos que implica el impuesto inflacionario a manos del Estado y de los sectores formadores de precios es cada vez mayor y los convierte en los verdaderos ganadores del modelo kirchnerista.
La tasa de inversión se desplomó y no existe ningún atractivo en la economía argentina para generar una pronta llegada de capitales.
Mientras el gobierno no resuelva su situación de default, los mercados de capitales le darán la espalda a la Argentina. Parte de esta actitud se refleja en el costo de asegurar la deuda donde la prima de riesgo llega a un 30%.
Si no entran dólares, las reservas del Banco Central (BCRA) se agotarán en la tarea de cancelar los vencimientos de la deuda pública y privada y en la compra de insumos energéticos.
Los vencimientos de deuda en 2015 superan los U$S 20.000 millones; mientras que las importaciones de energía rondarán los U$S 10.000 millones, aún con la caída de precios.
Con un exiguo superávit comercial -a costa de recesión-, el aporte de divisas aparece estrangulado y el agotamiento de las reservas es el dato más relevante para el año que se inicia.
La economía para 2015 deberá atravesar una tormenta, en medio de un estrecho desfiladero hacia un campo minado que deja el kirchnerismo.
El retraso en el tipo de cambio es un problema recurrente para el ministro de Economía, Axel Kicillof, y la opción devaluatoria un arma de doble filo.
Si intenta mejorar la paridad para el sector exportador y dinamizar el ingreso de divisas, las consecuencias las pagarán los sectores de ingresos fijos con una mayor tasa de inflación.
Si evita la devaluación, las consecuencias las pagará el empleo porque la caída de la actividad se hará más ostensible.
El joven ministro se encuentra en una encrucijada. Sabe que la inflación no debe crecer, pero también es consciente que un puesto de trabajo que se pierde no se recrea en un año. Por varios motivos. Primero porque la economía no está en expansión y segundo porque el sistema laboral argentino presenta rigideces extremas que impiden la generación de nuevas fuentes laborales.
Mientras Kicillof sopesa el menú de opciones, el tiempo le juega en su contra, ya que la cosecha comienza a embarcarse con un notorio retraso de tipo de cambio.
Del otro lado, la clase política dirigente le da la espalda a la crisis y a los problemas de la población, y se enfrasca en un proceso electoral al cual sólo ellos prestan atención.
La burocracia política se consolidó en el país como una casta en el comienzo del siglo XXI y difícilmente la sociedad pueda revertir este fenómeno en lo inmediato.
Mientras la sociedad no encuentre en la política un interlocutor válido, el poder será un territorio proclive a los excesos y al desfile de excentricidades y extravagancias.