Es verdad, no te acompañé en tu primera vez. Tal vez porque yo andaba en otras manos. Mi hermano mayor contaba que tu viejo iba a esperar tus 17 años a la salida del Tabarís. ¡Mocoso trasnochador! También recordaba al tío Chilo que en Balvanera te metió en el misterio a los 12. No estoy muy seguro, pero creo que nos dimos un abrazo en lo de don Osmar Maderna o tal vez cuando ya estabas con Di Sarli. Si lo sabrás vos, a esta edad el embrague de la memoria se me empaca… Ya vivías en Ramos Mejía… cuántos kilómetros de estrellas habremos recorrido juntos a la salida del cabaret, de bodegones, de Michelángelo, El Viejo Almacén, Casablanca… Ya teníamos ruta, pero eras un tímido… Dos veces te achicaste porque el repertorio era grande y tenías mucho que estudiar… hasta que te habló Di Filippo en el 55 y te dijo que si no agarrabas viaje esta vez con Astor, te mataba, ¿te acordás? Con Pichuco fue algo fugaz, pero emocionante… Sí, te encerrabas en el galponcito del fondo, me metías las manos… brotaban sentimientos, ideas, arreglos… Ahí estiraron las alas “Lo que no me hablaron de vos”, “Que me juzgue Dios”, “Cabulero”, “Cautivante”, y me escribiste “Mi fueye querido”... eran los dedos del corazón.

Nos entreveramos con los grandes. Fue como jugar en la primera de Racing. Siempre decías que en nuestros tiempos, tener una orquesta y además tocar, era como entrar a trabajar en un banco, ¿te acordás? La gloria nos llegó en el 60. Fueron cuatro años de éxitos con el Julio Sosa. Luego regamos con tangos y milongas los cielos de Chile, Colombia, Europa, Japón… de Tucumán, en 2006. Inventamos un estilo propio. Recibimos premios que no te robaron la simpleza porque nunca te la diste de farabute y eso que te daba el cuero. Yo no veía las horas de que llegara la noche… me arrojabas la pasión en mis brazos. Tu alma se desvestía en mis arrugas, calientes de dos por cuatro. Una vía láctea orillera, un insomnio de melancolía, una remembranza del tiempo, se desarmaban en mi cuerpo, mi aleteo, mis ausencias, mis silencios…

Sentado en tus piernas he respirado vida. He sido un brazo de tu cuore. Tus 87 pulsos resbalaron el domingo de los inocentes en la cornisa de la nada. Gracias por todo, Leopoldo Federico. Te llevaste mi alma para que nuestro último tango desvele a la muerte.