Un gran número de observadores y de analistas económicos han reaccionado con especial fascinación frente a la espectacular -y aparentemente persistente- caída del precio del petróleo en el mercado internacional, una de las mayores en el período que arrancó en la posguerra. Por ejemplo, el hecho fue caracterizado como “El suceso más importante de la economía actual” por el principal columnista del Wall Street Journal. Numerosos reportes distribuidos en las últimas semanas se concentran en desentrañar sus causas y especular sobre las potenciales consecuencias que traerá aparejado este novedoso fenómeno, tanto a corto como a largo plazo.
El precio del petróleo decayó alrededor de un 40% desde mediados del año a punto de concluir. Si bien no contamos con elementos suficientes para analizar la temporalidad de este nuevo escenario, la propia decisión adoptada recientemente por la OPEP de no reducir la producción en los países que la conforman, parecen perfilar cierta permanencia en los nuevos niveles de precios, por lo menos para los próximos trimestres.
Los nuevos precios, ubicados en niveles mucho más bajos que los que prevalecían anteriormente, operarán como aliciente para poder incrementar el modesto nivel de actividad actual. Para las economías de los países importadores de petróleo -las principales economías tanto desarrolladas como emergentes son importadoras netas de insumos energéticos- la rebaja en el precio del crudo es equivalente a una rebaja impositiva, y opera en forma similar a una política fiscal expansiva. Los consumidores (y las empresas que no operan en el sector energético) se beneficiarán de menores costos. Las ganancias provenientes de un mayor poder adquisitivo impulsarán una mayor demanda de consumo, particularmente en los Estados Unidos, lo que impulsará positivamente la tasa de crecimiento a nivel mundial. En ese sentido, el modelo desarrollado por el banco de inversión J.P. Morgan prevé que el crecimiento global se acelerará por esta causa en un 0,8% anualizado en el último trimestre de 2014 y el primer trimestre de 2015. La directora-gerente del Fondo Monetario Internacional, refiriéndose a las perspectivas de los mercados desarrollados, mencionó una cifra levemente inferior.
Obviamente, habrá implicancias regionales diferenciadas, aún entre los países industrializados. El consumo se dinamizará más en aquellas economías en donde la recuperación poscrisis se encuentre más asentada, como lo son las economías norteamericana y británica. Para los países de Europa continental, cuya crisis soberana aún no ha sido resuelta, y en Japón, con una coyuntura todavía frágil, es posible que los menores costos de la energía exacerben aún más las presiones deflacionarias que enfrentan. Las expectativas de inflación subyacente se encuentran en ambas regiones en niveles mínimos. Esto podría acelerar la adopción de medidas de estímulo monetario más agresivas en la Eurozona y la ampliación de los programas vigentes en el lejano oriente. Por su parte, las economías de los mercados emergentes, particularmente sensibles a la demanda externa, podrían verse beneficiadas por el efecto indirecto proveniente de la mayor dinámica prevista para los mercados desarrollados, si es que ésta finalmente se concreta.
Los países productores de petróleo se verán afectados negativamente. Las dificultades fiscales que ello puede implicar en países como Venezuela o Rusia hacen temer que la economía de esos países se encuentren deslizando peligrosamente hacia un default de su deuda pública con una consiguiente crisis financiera. Como sucedió en el pasado, frente a otras crisis que afectaron a economías, queda en pie el interrogante de en qué medida gatillarán los efectos de contagio y efecto manda.