La tragedia de uno de los mayores pensadores del siglo XX, que creyendo frustrada su huida de los nazis se quitó la vida en septiembre de 1940 por temor a terminar en manos de la Gestapo, es abordada por Beatriz Sarlo en el primero de sus Siete ensayos sobre Walter Benjamin.
“Benjamin llegó, entonces, a la frontera entre Francia y España sin sus libros y, según se dice, bastante enfermo, casi acabado. Ese día, las autoridades españolas cerraron la frontera y anunciaron que desconocerían las visas de entrada. Fue precisamente ese día, cuando Benjamin llegó exhausto a Port-Bou, recibió la noticia y se mató. Al día siguiente, la frontera volvió a abrirse y dejó paso a los que lo acompañaban. Si esa muerte, la de Benjamin, era históricamente inevitable, si Benjamin no hubiera podido soportar el exilio en Estados Unidos, un lugar salvaje para el europeo refinado que era, de todos modos queda en pie el interrogante sobre el orden de los hechos que preceden y siguen a su muerte. Benjamin llega a Port-Bou a destiempo, como lo señala Hannah Arendt: unas horas antes o unas horas después, las cosas hubieran podido ser de manera diferente”.
La notable intelectual argentina tituló ese texto como La torpeza del destino. El pasado jueves 4, en una conversación posterior a su disertación sobre Ciudad y política, que ofreció en el ciclo de conferencias de LA GACETA, se le preguntó si ella creía, también, que el destino había tenido una torpeza con la Argentina. Era un interrogante al borde del desasosiego: si contestaba que sí, que los avatares de este convulso país, atravesado por crisis económicas ruinosas y por golpes militares sanguinarios, eran la obra pérfida del arcano, la sensación de estar cuasi malditos sería inevitable.
Pero contestó “no, no lo creo”. Confesó que se asume supersticiosa respecto de las personas; que está convencida de que hay individuos con buena suerte y que hay otros que llegan al lugar equivocado en el momento equivocado. Un país, en cambio, reunía millones de individualidades. Es decir, el destino no tenía allí margen de maniobra. En las manos de los miembros de una nación, entonces, estaba el destino de su patria.
La respuesta fue un alivio para la angustia histórica. No estamos condenados. Estamos advertidos.