NOVELA

TERRIBLE ACCIDENTE DEL ALMA

GUILLERMO SACCOMANNO

(Planeta – Buenos Aires) 

Un personaje le señala a otro que ha sufrido un terrible accidente del alma, que se ha dado cuenta con sólo mirarlo a la cara. Esta escena regresa y se reconstruye durante la lectura del libro; el que mira al otro puede reconocer el momento de la caída y los restos que quedan de su naufragio, del eclipse de los cuerpos bajo la marea del vacío. Los personajes recuerdan y parecen revivir en ellos mismos el desastre del Titanic, son parte de la tripulación, forman entre ellos una sociedad en la que sólo pueden establecer vínculos a través de la violencia. El barco que han abordado se hunde mientras consiguen transformar el fin del mundo en un presente cotidiano, en una ciudad para habitar.

Además, en ese mundo del futuro (quizás no tan alejado del presente) el Estado gestiona la muerte, los cadáveres en las calles son un elemento más del derrumbe hacia las ruinas, los helicópteros mueven el aire de las ciudades sin cesar, con las ametralladoras a la espera, y los guerrilleros hacen volar fragmentos de aviones y edificios; en ese hundimiento que parece acentuarse en cada cuento, el ahogo se convierte para todos los personajes en una manera de respirar. Cada uno está solo y por su cuenta, en medio del mar helado de una noche que no se termina nunca. Pareciera que ninguno de los personajes quiere o sabe como salvarse del naufragio pero, sin embargo, tienen en claro que no desean ser los primeros en descender y tocar el fondo.

En cada uno de los relatos se reescribe un terrible accidente del alma y se asoma la imagen de un iceberg a la distancia, el anuncio de una punta trágica que oculta la montaña inamovible debajo del agua, de la superficie, de las apariencias; el frío reflejo aguzado de lo irremediable. “En mi mirada lo he perdido todo”: el epígrafe de Alejandra Pizarnik, que señala el posible fracaso de la observación, se entrecruza con la necesidad de mostrar el lado sumergido de la vida desde la escritura de G., el alter ego: “Si no escribe nunca sabrá qué le pasó”.

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Máximo Hernán Mena