Mi nombre completo es Shlomo Ben-Elcaná, pero suelen llamarme Elcaná a secas. Seco también soy yo. Voy al grano, aun cuando la profesión me obligaría a fingir caminos sinuosos.
Desde joven tiendo a observar con cuidado, escuchar las felinas señales de mi intuición, examinar hipótesis oscuras y someterme a la lógica, aunque sea cruel. -¡Mayor Elcaná! -había informado Uriel al amanecer-.
Todo listo.
Ese martes dichas virtudes tenían que llevarme a conseguir lo que buscaba. No importa que me tilden de obsesivo. Cuando tengo delante un enigma, corro tras su solución como una nube hinchada de tormenta.
Nunca lo pregunté, pero es claro que también Uriel me considera un mero detective, un sujeto del común, no un profesional con virtudes excepcionales para un lucimiento en el Mossad. Varios me llaman así, “el detective”, con ironía urticante. Prefiero suponer que de esa forma disimulan su admiración. La brisa de ese otoño tardío acariciaba bajo la incandescencia del sol, cada vez más implacable. No iba a reconvenir a Uriel por el vaivén del vehículo. Prefería evitar su charla; cualquier tema menor empujaría a un desvío de mis cavilaciones sobre el trabajo que me esperaba. En mi cabeza se mezclaban los libros de historia con los indicios recopilados en mis interrogatorios.
De esa combinación resultaban las conclusiones que obtuve, parcas y sólidas como sentencia de juez comercial. Ya había adelantado algunas de ellas a mis superiores. Me pregunté en ese momento si Yosi Harel también las conocía y si determinaban sus movimientos. Hasta los datos que yo había incluido sobre el estado de mi jeep podían ayudarles a saber si mis palabras eran incuestionablemente fidedignas. En este ambiente todo vale. No estaba empeñado en una simple investigación arqueológica, sino en hallar los huesos de un joven desaparecido medio siglo antes, y con ello cerrar las conjeturas sobre la importancia de su obra. Debía exhumar los restos y establecer si eran verdaderos, corroborar la tesis de un crimen, establecer la identidad del asesino y aclarar varios misterios de la legendaria red de espías llamada Nili, cuya trascendencia aún generaba debates. Ésa era mi misión. Una misión valiosa. O siniestra.
* Sudamericana.