Contra todo vaticinio de vaso medio vacío, contra todo mal augurio bien o mal justificado, en el megabarrio Manantial Sur se respiraba tranquilidad. O al menos eso ocurría hasta el último fin de semana, momento en el que se vivieron los primeros momentos de tensión, con peleas y disparos incluidos. Ahora nadie puede asegurar si fueron pasajeras o si serán permanentes las escaramuzas entre los vecinos que desde principios de este año emigraron hasta ahí desde los asentamientos que había en los barrios Juan XXIII (“La Bombillita”), Villa Alem (la usurpación del pasaje Misiones), La Ciudadela (“El Triangulito”) y, la última semana, el barrio Ángela Riera (“Villa Piolín”).

Fabiola Medina (34 años) elige la esperanza: “creo que con el tiempo se van a asentar. Cuando llega gente nueva es común que los muchachos estén un poco exaltados, pero después se les pasa”, dice la joven, propietaria de uno de los 314 módulos (cocina y baño) que pueblan este confín de la ciudad de San Miguel de Tucumán. Marta Argañaraz (46), la verdulera del barrio, vislumbra un oscuro futuro cercano: “espere a ver lo que va a pasar a fin de año. Ahora hay peleas todos los días”, dice la mujer mudada de La Ciudadela en mayo. Sus clientes señalan, sin poner su nombre ni su rostro por temor a represalias, a los últimos colonos: “son los del Piolín, desde que llegaron -a partir del lunes pasado- empezaron los problemas”, deslizan.

Unidos

Leo Racedo (35) vivió toda su vida en el asentamiento conocido como “El Triangulito”, en La Ciudadela. A él y a su mujer los trasladaron a El Manantial Sur hace unos ocho meses, donde le dieron un módulo en un terreno que a partir de ese momento se convirtió en su propiedad. Asegura que, desde ese entonces, en el barrio no ha habido peleas ni enfrentamientos entre los vecinos.

“Acá estamos todos juntos tirando para el mismo lado. De hecho, estamos sumando gente para limpiar ese predio lleno de yuyos, ya que nadie viene a hacer la limpieza”, cuenta, mientras señala un terreno; hay que poner la imaginación en funcionamiento para ver allí un espacio verde, porque hasta ahora es un matorral. Algo similar hacen con la basura, ya que todavía no pasa el recolector por la zona: “vienen carritos de todos lados a tirar basura acá y nosotros nos juntamos para correrlos. Después tenemos que estar incendiando la basura por la cantidad de bichos que salen”, afirma el muchacho.

Leo siente que el Estado “los ha depositado” en ese barrio y que se olvidó de ellos. “No tenemos recolección de basura, no hay luz en las calles, no limpian los espacios verdes y nos prometieron cosas que no cumplen, como que nos iban a construir un dormitorio. A nosotros nos abandonaron”, lamenta.

Megabarrio

Son varios los programas habitacionales que conviven en El Manantial Sur y, sumadas todas las viviendas, podría decirse que lo que se está armando es un segundo Lomas de Tafí. Según los datos aportados por Gladys Salomón, del área Social del Instituto Provincial de la Vivienda (IPV), con el programa FedVillas 1 se construyeron 100 viviendas primero, donde se relocalizaron los asentamientos del pasaje Misiones (Villa Alem), El Triangulito y Juan XXIII (apodado “La Bombillita”). Más tarde, con la segunda parte de ese programa nacional de urbanización de villas, edificaron 146 viviendas destinadas a los vecinos del barrio Ángela Riera (“Villa Piolín”), relocalización que está finalizando durante estos días. A eso se le suman 314 soluciones habitacionales (módulos en terrenos de 10 x 30 metros con servicios), 2.500 viviendas en ejecución (todavía sin destinar) y 300 viviendas para la Mutualidad Provincial. “Además -dice Salomón- hay que agregar las 150 viviendas del barrio Smata, las 150 del Vial, las 328 del Policial IV en Los Chañaritos y las 250 de Chañaritos II. Estamos hablando de más de 4.200 viviendas en la zona, lo que lo transforma en el segundo emprendimiento más grande de los últimos años, junto con Lomas (casi 5.000 casas)”, detalló la funcionaria.

En cualquier esquina que uno se detenga, los vecinos trasladados de los asentamientos urbanos piden soluciones: se revientan las cloacas, no hay un CAPS ni un destacamento policial, el único colectivo que los deja es el 12 y los que recibieron módulos viven hacinados.

Todas esas carencias contrastan con la tranquilidad que les brinda tener la casa propia y, desde ese suelo, comenzar a construir una nueva vida.

“Esto es un horno, no se puede descansar en una caja de madera”, dice Juan Ángel

“A los 63 años, no es justo que una persona tenga que sufrir así”, dice Juan Ángel Zambrano. A él y a su hijo de 23 años les dieron un módulo (cocina y baño) y armaron el dormitorio en una prefabricada. Es una historia que se repite en los 314 módulos de El Manantial Sur. “Fueron soluciones para situaciones especiales. La gente sabía a dónde los estábamos mudando y aceptaron llevar su prefabricada”, explicó Gustavo Durán, titular del IPV. 

La verdulería: el centro de reunión diario de los nuevos vecinos del barrio

En la verdulería de Marta Argañaraz, los vecinos de El Manantial Sur comparten las penas y las alegrías. Ahí conversaron con LA GACETA e imploraron soluciones a la recolección de basura, las cloacas, la escasez de agua y la ausencia del alumbrado público. Algunos admiten que llega gente de otro lado y destrozan los tableros, por lo que se quedan sin luz en las calles y sin agua. “Necesitamos urgente un destacamento policial”, dijo Víctor Palavecino.

Desesperada por no tener dónde vivir con su hijo, usurpó un módulo

“Nunca hubiese querido hacer esto, pero no me daban solución. Usurpé”, afirma con vergüenza una joven mamá, de 17 años. Según cuenta, ella vivía en la casa de su suegra en El Triangulito, pero no le dieron vivienda porque ser menor de edad. Vive con su hijito, de nueve meses, en un módulo ajeno y sin luz. Gladys Salomón, del IPV, explica que los módulos son para familias que se formaron luego de los censos realizados y para situaciones de emergencia.