Por María Eugenia Bestani - Para LA GACETA - Tucumán

Lady Chatterley está casada con un lisiado. Su marido Clifford “fue devuelto a Inglaterra en jirones”, después de haber combatido en la Gran Guerra. La pareja había convivido sólo un mes antes del alistamiento y separación. En los dos años subsiguientes habrá intimidad, pero no contacto. Vivirán en un mundo de ideas y escritura. “Estaban los dos muy unidos espiritualmente, pero, en el aspecto del cuerpo, no existían el uno para el otro”.

Connie Chatterley es una joven burguesa, saludable mental y hormonalmente, deseosa de ser madre, a quien su marido, un noble narcisista, con aspiraciones literarias, la condena a un estado de demi-vierge. Ella reacciona, sí, cuando siente que se desintegra. El hecho de que eligiera a un trabajador rural, subalterno, como depositario de sus deseos ha dado pie a interpretaciones sociológicas, con conciencia de clase.

Su figura se convirtió en un ícono de la infidelidad, no por ser la primera mujer que vivió con intensidad una pasión clandestina, sino porque alguien la narró con original crudeza y lenguaje. Ese escritor, D. H. Lawrence, conocido despectivamente en los círculos intelectuales como “el hijo del minero”, tuvo la audacia de publicar una edición privada de El amante de Lady Chatterley (1928) en Florencia. Las inhibiciones legales no evitaron que se la copiara, incluso a mano, y circulara en las sombras. Recién en 1960 se permite su impresión en Gran Bretaña, después de ser juzgada bajo cargos de obscenidad y ser declarada “inocente”.

Mucho se le ha criticado a Lawrence la invalidez de Clifford. ¿Atenuaba la culpa? ¿Le temió acaso al rígido juicio social, que mantenía vigente la moral de la era victoriana? Un período de puritanismo exacerbado y duplicidades. Se ha comprobado que, en proporción, había más burdeles en Londres durante el reinado de Victoria que los que hay hoy. Una sociedad que juzgó y condenó a Oscar Wilde por su homosexualidad. Aunque, si a algo no le temía Lawrence era a la condena social. Quizás debamos leer la invalidez de Clifford como un símbolo de otras discapacidades.

Gran deuda

La literatura le debe mucho a la infidelidad: Emma Bovary, Molly Bloom, Zeno Cosini son algunos de los infieles memorables. El temor a ser traicionado nos ha legado ilustres verdugos que, por la tan sólo la sospecha de un engaño, mataron a la serpiente en el huevo. El estrangulamiento de la casta Desdémona en manos de Otelo, acarreado por la insidia de un Iago, se cuenta entre los sacrificios más fútiles.

Si el Sultán Schariar no hubiese decapitado a su desleal mujer delante del visir, no habríamos descubierto a Sherezade.

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María Eugenia Bestani - Profesora de Literatura inglesa de la UNT.