Acosado por el poderoso Imperio Otomano, Vlad Tepes se encuentra en una encrucijada. ¿Debe entregar a su hijo como prenda de sumisión o llevar a Transilvania a una guerra de pésimo pronóstico? Fuerzas oscuras pueden ayudarlo a encontrar la respuesta...
Hay llamativas similitudes entre la conversión de Vlad Tepes en Drácula y la de Anakin Skywalker en Darth Vader. Son dramáticas historias de amor salpicadas por la tragedia y la traición, y con idéntico final. Corazones nobles arrastrados a la monstruosidad. La diferencia es que Drácula está anclado en la novelística gótica del siglo XIX y Darth Vader es el villano por excelencia de la cultura cinematográfica pop. Los hermana el sufrimiento y, por supuesto, el descenso a la oscuridad.
Este nuevo enfoque (y van...) del número uno de los vampiros se basa en algunos rasgos de la obra de Bram Stoker, pero es una versión absolutamente libre y obedece a la imaginación de los guionistas Matt Sazama y Burk Sharpless. Para ellos, Vlad Tepes es una víctima del tiempo histórico, un enamorado de su familia, de su pueblo y de su Dios acorralado por el destino. Hasta los empalamientos a los que sometía a sus enemigos encuentran justificación. Que Vlad se transforme en la bestia que todos conocemos termina siendo un desafortunado accidente. En fin.
Lineal y escasamente imaginativa, por momentos la narración se pone pomposa. Y el epílogo es absolutamente previsible. Flaquezas de una película pensada para reflotar una franquicia de la que el cine viene alimentándose desde hace más de 80 años. Hay acción, un maestro vampiro que se las trae, turcos malísimos y actuaciones irrelevantes, en especial la de Luke Evans, un Drácula de cotillón comparado con Bela Lugosi, Christopher Lee, Frank Langella o Gary Oldman.
Origen: EEUU, 2014. Dirección: Gary Shore. CON: Luke Evans, Sarah Gadon, Dominic Cooper. Violencia: con escenas. Sexo: sin escenas. Comprensión: fácil. El dato: la última escena es el comienzo de la secuela, así que hay franquicia para rato. Para destacar: la actuación de Charles Dance (Tywin Lannister en “Juego de Tronos”), por lejos el mejor actor de la película.