Por Alejandro Duchini - Para LA GACETA - Buenos Aires

Al español Enrique Vila-Matas, uno de los escritores de habla hispana de mayor reconocimiento a nivel mundial, no termina de gustarle la soledad. Aunque le saca provecho. Dice que gracias a ella puede contar historias maravillosas que luego vuelca en libros. Sin embargo, hay ocasiones en que no la pasa bien. Como aquella noche de fines de septiembre último, en el Malba, en Buenos Aires, cuando tuvo que leer ante una multitud que asistió a escucharlo con motivo de la apertura del FILBA. “Eso me genera tensión”, le dijo horas después a LA GACETA, ya más distendido y sin los nervios motivados en “esa carga que cuando se va me deja muy cansado”.

Ahora, en el silencio de una habitación de hotel, nos recibe con una clara muestra de buen humor. “Lo peor ha pasado”, comenta antes de contar que a veces la gente cree que es malhumorado. “Pero soy más bien tímido”, aclara mientras habla rápido y en un tono bajo. Ante cada pregunta responde sin demoras y da un corte abrupto que es apenas una pausa para seguir diciendo. Esa metodología uno la aprende en el transcurso de la conversación.

-Las lecturas ante el público crean tensión. La gente no me ve nervioso, pero la carga que significa hablar ante muchos a la larga se acaba notando. En casa, hablando con otros, no pasa nada. Pero hablar ante un estrado, ante tanta gente, me pone nervioso. Cuando terminas, baja todo el cansancio junto. A veces se me viene la gente a hablarme, que me pide que le firme libros o me hablan de cosas diferentes, y no es fácil. No puedes ser cortés todo el rato. En la Feria del libro de Madrid suelo estar entre tres y cuatro horas firmando. Entonces, no se puede ser simpático con todos. “¿Cómo te llamas?”, preguntas; le firmas, le saludas. Y a lo mejor esa persona en su Twitter escribe que estuve seco. Y resulta que nada que ver. Simplemente que no sé quién es, pero bueno… otros me encuentran encantador. A veces esas cosas no se pueden controlar y quedan a interpretación del otro. Firmar libros no tiene nada que ver con escribir. Hay que tener un don de gente extraordinario que yo no tengo. Nunca tuve un comercio, pero imagino que no debe ser sencillo para el vendedor que debe tener con cada cliente una atención especial para caerle bien, para que vuelva a la tienda.

-¿Le gusta la soledad?

-Pues, no existe, porque está poblada de fantasmas. Me acuerdo de una vez que me emborraché solo en mi casa y al despertarme, a la mañana siguiente, había seis vasos. Yo tenía el recuerdo de haber hablado con mucha gente. ¿Me entiendes? De modo que la soledad está poblada de fantasmas. Pero al mismo tiempo, creo que en ella. Porque cuando salí hacia Argentina, solo, dentro del avión, con 14 horas de vuelo por delante, me entró una angustia repentina que apunté como soledad plena en el universo. No sirve para escribir nada porque es una tontería. Pero sirve como sensación que tenemos todos y que me volvió, como cuando uno se despierta a las 5 de la mañana y se encuentra solo.

-¿La soledad, entonces, es relativa?

-La soledad no es posible por el tema de los fantasmas y a la vez existe como cuando viajaba en el avión. Esto quiere decir que todo es paradójico. Las cosas tienen muchos ángulos: que la soledad existe en determinado momento y en otras ocasiones tienes la sensación contraria. Por ejemplo, esa madrugada en la que me desperté y estaban los seis vasos me sirvió para escribir. Fue un momento en el que tenía ganas de conversar con alguien y no había personas a mi alcance. Entonces, para eso sirve la escritura. De alguna forma la escritura dialoga con el lector y yo dialogo con otros autores que he leído. Me acuerdo de la visita que hice al castillo de Montaigne, en el que escribió. Era un ático en una torre aislada de ese castillo, algo así como el primer apartamento que existió en Occidente. Quería ver su sitio, el lugar en el que escribió el ensayo. Quería ver de la misma forma en que veía él. En las paredes había distintas citas literarias, y dije “¡qué buena idea!”, podría tener lo mismo, yo que escribo siempre apoyándome en citas falsas o reales de otros autores. Las tenía en las vigas del techo. Trabajaba al mismo tiempo con esos autores que lo acompañaban en su soledad.

-¿Aprovecha los viajes para escribir?

-No. Sí tomo notas de sensaciones, impresiones. Sólo trabajo en mi casa, en mi estudio, en Barcelona.

-¿Qué le significa Argentina?

-Es un país, desde el punto de vista literario, perfecto. Como Irlanda. Uno de los países que más me apasionan desde lo literario, por sus autores, por cómo está impregnada la literatura. Y aún hay importante autores. Mi relación con Argentina es familiar, tiene una literatura que he leído mucho, que es la más potente de la lengua castellana. Aunque no soy partidario de las literaturas nacionales. Pero en su conjunto, los escritores argentinos son muy importantes.

-En su último libro, Kassel no invita a la lógica, escribió que “con el tiempo me he dado cuenta de que en realidad todos los lugares me parecen extraños”. ¿Por qué?

-El mundo es raro, puede ser maravilloso en determinado momentos pero también es complicado, difícil y el trayecto de la vida puede ser bastante angustioso. En el fondo, con esa frase digo que encuentro raro todo, en definitiva. Encuentro raro todo lo que pasa.

-Suele apelar al humor. ¿Qué sería sin él?

-A medida que observo la seriedad del mundo y la pérdida del humor, se asienta en mi más la necesidad de forzar la máquina del humor en lo que hago. Es necesaria esa maquinaria. El humor no se puede aplicar en todas las situaciones, pero si se hace una visión global de género humano, de la estupidez, bueno, si es posible tememos las cosas con algo de humor. Porque las figuras humanas inspiran en el fondo comprensión, compasión y son ridículas. Acabo de leer la última novela de Kundera, La fiesta de la insignificancia, que es breve, escrita a sus 85 años, y hay en ella una explosión de humor muy inteligente. Él considera que el humor es la única salida que tiene un mundo disparatado y trágico como el actual. Y el humor hace saltar muchas cosas: la risa es el fracaso de la represión. Ojalá pudiera intervenir más la risa diariamente entre la cantidad de tonterías que escuchamos. Estamos rodeados de tonterías y estupideces. En mi país, los políticos hablan de cómo han salido en la televisión, de sus cosas. Y uno acaba espantado ante la estupidez de los que nos mandan.

-¿Imaginaba, hace 30 o 40 años, que el mundo iba a estar así?

-Nunca lo imaginé así de caótico. Pero creo que ha estado peor. Como en la Segunda Guerra Mundial. Supongo que habrá habido incluso momentos peores. Lo que pasa es que hoy hay una información global que acaba convirtiendo todo. Si sigues los informativos, dan miedo. Pero cuando sales fuera de los informativos, a la vida, a la calle, ves cosas distintas. Ahora en Buenos Aires la televisión habla del motochorro. Lo había visto en mi casa, en Barcelona. Y yo tenía que venir y tenía la impresión de que este país era puro motochorro. Vine con miedo. Sin embargo, el motochorro no es toda la realidad que vivo en estos días. Es casi como que hubiese en los medios intención de asustarnos, de atemorizarnos continuamente con todo. Si la televisión y los medios públicos fomentaran el arte, de alguna forma se desplegaría un estado que permitiría que la realidad pueda ir mejorando. Algo de esto propongo en mi último libro.

-En ese libro al protagonista le ofrecen escribir delante de la gente. ¿Situación rara, no?

-Escribir ante la gente fue la propuesta de Kassel. Pero naturalmente no me interesa que vean qué escribo. Más si están a mi espalda. No lo haría. Esa propuesta fue real. Me sorprendió.

-Leyendo sus libros y repasando su vida, uno se da cuenta de que ha vivido muchas cosas. ¿Qué piensa?

-Pasé por diferentes etapas y momentos que recuerdan caminos de aventura siempre incierta, sin conocer bien qué pasará.

-¿La vida del escritor es incierta?

-Como la de todos. Pero en la del escritor, uno se plantea muchas cosas. Entre otras, por qué tiene que estar en su casa tanto tiempo sentado, pasando tal vez una hora sólo para mejorar una frase. Una sola. Está mal paga esa hora en que uno corre sólo una coma. ¿Qué hace un hombre adulto ante su mesa varias horas por la mañana en su casa de Barcelona trabajando en soledad? ¿Y para qué lo hace? Uno se pregunta muchas cosas.

-¿Qué se responde?

-Que me lo paso muy bien. Dependo de mi mismo, de estar relacionado con la creatividad, o al menos pienso eso. A veces invento cosas que no sabía que llevaba dentro. A veces es más complicado el trabajo. Y a veces hay momentos de gran explosión alegre y feliz. Quizás me divierto escribiendo más que antes. Mucho más. Es lo que me retiene todavía en este trabajo.

-¿Hay alguna historia en particular por escribir?

-Estoy seguro que sí, pero aún no la encontré. Está en el inconsciente. Si aparece, no hay duda de que la abordaré. Es algo relacionado con la memoria. Trabajar con la memoria es importante. Memoria e imaginación son los materiales de los que dispongo.

-¿Le seduce la melancolía?

-No soy melancólico. Me gusta la melancolía, y me gusta escribir como si fuera melancólico. Entiendo por melancólico a alguien herido, que realmente está herido y la pasa muy mal. No es mi caso. Al contrario, me interesa más el futuro o el presente que mirar hacia atrás. El pasado es algo que ya pasó, aunque está siempre presente. Pero no soy melancólico, que yo sepa.

-Leí que dijo que ya no persigue la felicidad.

-Felicidad es una palabra muy usada. Cuando eres feliz el problema es que vas a dejar de serlo. Por lo tanto, ¿para qué perseguirla? Es preferible algo más relativo. Más suave. Hay un poema de Gil de Biedma que habla de los lunes. “Quizás tengan razón los días laborables”, dice. Habla de que los días laborables son grises, pero que quizás son mejores que los festivos, que son aburridos. Al menos los laborables tienen el mismo sentido gris de la vida, que permite no sufrir por no haber conseguido que estés en plena fiesta. Uno puede ser feliz y estar totalmente angustiado al ver que se le acaba la felicidad. Prefiero la alegría. “No hago nada sin alegría”, decía Montaigne. Es decir, todo lo que se construyó en el mundo de interesante, que son muchas cosas, se han hecho con entusiasmo. Es una frase de Emerson, que representa a ese Estados Unidos potente. “Nada grande se logra sin entusiasmo”, decía. Tú no puedes construir nada sin la pasión, sin el entusiasmo. Y cuando consigo transmitir el entusiasmo, trato de hacerlo. Es mi estilo natural. Nunca salgo a buscar el entusiasmo cuando no lo tengo. Porque saldría mal. No hago nada sin alegría, así que me despido con la misma alegría con la que empecé.

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PERFIL

Enrique Vila-Matas nació en Barcelona, en 1948. Es autor de más de 30 títulos traducidos a más de 20 idiomas. Algunos de ellos son Hijos sin hijos, Recuerdos inventados, Aire de Dylan y su reciente novela Kassel no invita a la lógica. Entre otras distinciones de la veintena que ha recibido por su obra, obtuvo el Premio de la Real Academia Española, el Herralde, el Médicis, el Formentor y el Rómulo Gallegos (el mayor galardón literario de América Latina).