Hay que reconocerle una virtud al gobernador: su previsibilidad. Nada hizo, a lo largo de toda su gestión, en contra de lo que siempre exhibió. Nunca hubo sorpresas en su accionar; menos entonces, habría de esperarlas en el ocaso de su mandato. La designación de su ministro de Gobierno, Edmundo Jiménez, en el cargo de contralor del fuero penal, no rompe el molde de la lógica alperovichista. El mandatario, pese a las ansias de los más incrédulos, nunca pensó en dejar en manos de un desconocido la brújula de la Justicia para cuando él ya no esté en funciones. A Jiménez convocó incluso desde antes de asumir en 2003 con la misión de que hilvanara minuciosamente las telarañas por las que se desenvolverían las relaciones entre el poder político y el Poder Judicial durante su gobierno. ¿Por qué hoy, ya en retirada, habría de actuar de otra manera y dejar que ese sólido y enmarañado tejido quede a merced de cualquier recién llegado?
Para encarar su tercer y último mandato, Alperovich llenó las bancas legislativas de puros y “despolitizó el gabinete”, como tanto le gusta decir. En realidad, se preocupó por pasar la escoba para evitar que la interna por la sucesión le licuara el poder. En buena medida lo consiguió, porque a 12 meses de la elección en la que no aparecerá en la fotografía principal por primera vez en 12 años, aún conserva el poder para elegir al sucesor. Nadie en el oficialismo se atreve a cuestionar sus decisiones, y apenas algunos histeriquean en voz alta. Como el intendente Domingo Amaya, que hasta aquí pataleó pero no rompió. El sábado, sin ir más lejos, el jefe municipal encabezó un acto en Monteros y, ante una pregunta de un dirigente, respondió con contundencia que sí será candidato a gobernador en 2015. Quizá la primera prueba de esa decisión rupturista la den sus dos legisladores cuando les toque avalar o rechazar la llegada de Jiménez al Poder Judicial. Dentro del alambrado tensado por el gobernador todos tienen derecho a jugar; fuera de la tranquera, ninguno. Es el mensaje que siempre repitió Alperovich y el que le permitió a Manzur divertirse en las últimas semanas. El ministro que se siente sucesor se mostró como el elegido porque el mandatario quiso. Por eso recibió reproches cuando hizo algo que su padre político desconocía. El asado de hace una semana en la casa de Rolando Alfaro, que organizó para unos cuantos, le valió una buena reprimenda. Al punto que como penitencia por su desobediencia debió abandonar la idea de llenar el teatro Mercedes Sosa para presentar su libro sobre la historia de la salud pública y deberá conformarse con algo menos pomposo, quizá en los salones legislativos. Alperovich quiere a todos divididos, pero a ninguno afuera.
La reestructuración del gabinete que provocará la partida de Edmundo Jiménez tampoco se aparta de su razonamiento. Al mandatario le fascinan las internas. Y en la creación de un superministerio a medida de Jorge Gassenbauer entran en juego las últimas escenas de las rencillas oficialistas. Su hombre de mayor confianza busca posicionar al Grupo Terraza y hacer pie en la capital para contrarrestar la avanzada de Osvaldo Jaldo en este distrito, a partir de los movimientos del interventor de la Caja Popular, Armando Cortalezzi, y del licenciado legislador Carlos Assán. Con esa misión vuelve a la Secretaría de Gobierno Marcelo Caponio, el apoderado del PJ de excelente relación con Beatriz Rojkés. Su área se convertirá, junto a la Secretaría General de Carolina Vargas Aignasse, en la trinchera antiamayista de la capital.
Jaldo es consciente de ese embate de los jóvenes capitalinos, apadrinados por el sigiloso Gassenbauer. Por eso dijo basta a la timidez de su campaña y aprovechó el fin de semana para pintar el interior con su postulación, aunque cuidándose de mencionar tanto al gobernador como a su esposa. Es que Alperovich, haciendo gala de su previsibilidad, dejó entrever que la fórmula para sucederlo se armará con quienes mejores midan y todos, por su lado, salieron entusiasmados a jugar.