Fray Mamerto Esquiú tuvo a su cargo el sermón inaugural de la Iglesia Matriz (hoy Catedral) de Tucumán. Fue el 20 de febrero de 1856. Nicolás Avellaneda recordaba que “apareció en el púlpito de la nueva iglesia y preguntó, comprimiendo los brazos sobre el pecho y con una voz cuyos acentos no hemos olvidado, después de tantos años: ¿Qué es un templo? ¿Qué es la patria?”.
En su libro “Fray Mamerto Esquiú. Obispo de Córdoba” (1917), el profesor Félix F. Avellaneda recoge una anécdota de esa homilía. Era un día de mucho calor y, mientras pronunciaba la alocución, el padre Esquiú secaba la transpiración de su rostro con la manga del hábito.
Una dama del público, “pensando que lo hacía por no tener pañuelo”, le hizo llegar al púlpito un pañuelo de manos. Esquiú ”lo recibió con humildad y cortesía, colocándolo cuidadosamente en el púlpito, sin usarlo, y continuó empleando la manga del hábito”.
El profesor Avellaneda cuenta que esto suscitó comentarios. Había quienes se preguntaron por qué no utilizó el pañuelo que le enviaban. Y se decía que procedió de esa manera simplemente “por humillarse”. El llamado a predicar en Tucumán era una distinción muy importante, y la aceptó violentando su humildad. Al no usar el pañuelo, lo animó el propósito de “mortificarse ante ese pueblo que lo halagaba” y darle la impresión de que no merecía las distinciones que le prodigaron.
Se decía que, antes de partir, una cándida señora de Catamarca se admiró de que asumiera esa responsabilidad. Esquiú le contestó: “Sólo Dios es grande, y esa sola grandeza me aterra. La verdad de la fe debe decirse donde quiera”.