Fue apenas un par de semanas atrás. Cuando Leonardo Mayer firmó los octavos de final de Wimbledon escribimos: nunca se sabe cuándo terminará la aventura. La derrota ante Grigor Dimitrov en Londres no tuvo costo para la confianza del correntino. Y, entonces, la aventura de escribir las mejores páginas de su carrera deportiva, continúa. En Hamburgo, en contexto de un Masters 500, tal la denominación para la categoría del torneo, Mayer derrotó por 7-5 y 6-4 al alemán Phillip Kohlschreiber y jugará el partido decisivo. El duelo de semifinales fue el escenario para ver, otra vez, el tono de confianza con el que “Leo” transita este tramo de 2014. Es un estado en el que todo parece sencillo. Se toman decisiones correctas, se ejecuta bien, y la fiereza de los impactos sacude los nervios y cualquier laguna mental. Siempre con el saque como brújula, Kohlschreiber fue víctima de una potencia que, ahora, distribuye su agresividad desde más adentro de la cancha.
No hay dudas. Algo se acomodó en su cabeza. Difícil saber qué. Mas difícil aún, saber por qué. Aunque, especialmente desde algún lugar de la prensa, se quiera entender todo, el deporte tiene varias aristas inexplicables. Por eso con el mismo cuerpo, con los mismos golpes y con el mismo trabajo, de repente, se consiguen resultados diferentes.
El español David Ferrer es el adversario en la final (no antes de las 10, televisa Fox Sports 3). Tiempo atrás pensar en el título hubiera sonado utópico. Lejos de eso, la actualidad de ambos rivales abre el juego para ser cautos, repartir en dosis prudentes las posibilidades de uno y otro, y soñar con el impacto de la temporada para el tenis argentino.