Lionel Messi es una pulguita que corre y corre con la pelota pegada a los pies. No usó Plasticola y de todas maneras no hay forma de quitársela. Javier Mascherano tiene seis meses y ya se para en la cuna, aferrado a los barrotes. ¿Y si los abre de un tirón? Sergio Romero duerme con los guantes de arquero que le regalaron para Navidad debajo de la almohada. Higuaín exhibe documento francés y desparpajo argentino. Marcos Rojo -Rojito- ya tiene las crenchas apuntando al cielo.
César Menotti subraya que la historia de un país futbolero encierra información genética de primera mano, y por eso no nace un crack en Japón, en Australia o en Tailandia. Está ese video setentoso, en blanco y negro, donde un flaquito atrevido declaraba en el altar del potrero que quería ser campeón mundial. Sus herederos crecieron, cambiaron el chupete por la número cinco, se hicieron grandes y de repente, un 13 de julio de 2014, se encontraron con el día. Este es el día.
Las variables que se presentan durante el Mundial son infinitas, capaces de enloquecer al más sofisticado de los softwares. Un accidente y chau cuatro años de planificación. Conquistar la Copa depende de tantos factores que no hay precaución que alcance para elaborar un plan B, de esos capaces de solucionar cada contingencia. Un penal cobrado por el mexicano Edgardo Codesal. El más fatídico de los casos de doping. Una obra maestra de Dennis Bergkamp. Un lanzazo al corazón en Oriente. El papelito en la media de Jens Lehmann. Cuatro goles y el funeral sudafricano. Episodios que resumen 24 años sin festejos. Por eso este es el día.
Ganar un Mundial es maravilloso y son poquísimos los que pueden disfrutarlo. Argentina es un país privilegiado, porque celebró dos veces en apenas ocho años. Y se da la feliz circunstancia de que muchos de los que salieron a la calle en 1978 y en 1986 podrían hacerlo otra vez. Para un pueblo tan apasionado son regalos que el fútbol ofrece y que se agradecen con el corazón en la mano, el grito en el aire y la bandera al viento. El Mundial nos alegra, nos entristece, nos energiza, nos llena de nervios.
Básicamente, nos conmueve. Es un fenómeno bello y abarcador que pasa, exclusivamente, por respuestas emocionales. Individuales y colectivas. En familia, en grupo o encerrados, solos frente al televisor. Tras los títulos del ‘78 y el ‘86 el país siguió igual, porque es mentira que a la vida política, económica y social las modifique la pelota. Esta es una fiesta del pueblo. Por eso es el día.
El fútbol es un deporte en el que se enfrentan dos equipos de 11 jugadores y siempre gana Alemania. Lo vienen repitiendo desde 1954, cuando superaron en la final al más extraordinario de los seleccionados húngaros que se recuerde. Pero no fue así en 1986, cuando José Luis Brown, Jorge Valdano y Jorge Burruchaga dispararon los tres tiros de gracia y a otra cosa. Se complicó hace cuatro años porque la Selección de Diego Maradona carecía de respuestas colectivas para enderezar una historia que empezó bien torcida y concluyó 4 a 0. Pero en 2006 el equipo de Néstor Pekerman fue mejor, y eso que los alemanes eran locales.
Pero se impusieron ellos por penales. Allá lejos, en 1958, quedó un 1-3 sobre una Selección Argentina a la que le sobraban kilos y le faltaban ideas. Y está el 0 a 0 del ‘66, ocasión en la que se trataron a las patadas y el tucumano Rafael Albrecht terminó expulsado. Hay de todo en las páginas mundialistas, tanto que ya es un clásico. Este es el día.
Los neutrales opinan que gana Alemania. No con la mala leche de Arjen Robben, palabras de mal perdedor a fin de cuentas. Se basan en el 7 a 1 sobre Brasil, pero conste que es un partido tan difícil de analizar que las conclusiones que arroja caen bajo sospecha. De semejante anomalía futbolera no pueden sacarse verdades absolutas.
La Alemania previa es un bloque compacto, fuerte, peligroso, pero de ningún modo invencible. Argentina, que viene de menor a mayor, demostró elasticidad táctica y estratégica. Maniató a belgas y a holandeses y pretenderá hacer lo mismo esta tarde. Hay muchos recuerdos para el partido que Alejandro Sabella le planteó a Barcelona, siendo técnico de Estudiantes, en la final del Mundial de Clubes en 2009. Y está Mascherano. Y, por sobre todo, hay un equipo. No brilla como el del ‘86, no electriza como el del ‘78. Sí brinda una sensación de solidez que invita a confiar. Por eso este es el día.
Messilandia es un reino de un solo habitante. Tierra indescifrable, con edificios que se mueven, calles que no conducen a ninguna parte y autopistas colmadas de infinitos carteles que no dicen nada. Como la ciudad de la película “El origen”. Es un escenario a la medida de Messi, rey y súbdito a la vez de ese feudo que en el medio de la bandera lleva una pelota. Jugadas propias de Messilandia son las que hacen falta para que la perfecta cuadrícula alemana, simétrica por donde se la mire, se colme de diagonales enloquecedoras. Es Messi y su circunstancia. Este es el día.
Son más de las siete de la tarde y el Maracaná es un gigante vacío. No dormido, porque los templos -en especial los futboleros- tienen vida propia. Es un campo de los sueños abarrotado de fantasmas. Garrincha gambetea por la derecha, Leónidas recoge el centro y remata a la carrera, el balón astilla el travesaño y le cae en la mitad de la cancha a Didí, que lo para con el pecho y lo deja dormido ahí durante un rato bien largo.
Total, lo que sobra es tiempo. Esta tarde ellos desenrollarán la alfombra roja para que a la final mundialista no le falte inspiración. Ahí está Argentina, el equipo de todos. El que puede ganar o perder, pero nunca flaquear. No está solo y esa es la mejor noticia. Porque este es el día.