Más de un carioca debe haberse tomado el fin de semana libre y bien lejos de Río de Janeiro. La segunda invasión argentina es masiva, bulliciosa y tremendamente feliz. Aquel banderazo de mediados de junio, cuando la Selección debutó en el Maracaná, era un ruego esperanzado. Hoy la rambla de Copacabana parece la 25 de Mayo un sábado al mediodía. Argentinos por acá, argentinos por allá, algunos alemanes mezclados, un mexicano con la camiseta de “Chicharito” Hernández… ¿Y los brasileños? ¿Dónde están? Sabiamente camuflados, dejaron las casacas amarillas en la lavadora y miran de reojo. Increíble, pero son visitantes a la sombra del Corcovado y del Pan de Azúcar.

Son casi las tres de la tarde y al sol le salieron las gambetas que quedaron atragantadas en el drama de Neymar. Se esconde detrás de nubes amenazadoras, pero no se reeditará el aguacero del jueves. La temperatura es ideal, la arena parece el green de una cancha de golf y el mar convoca. Allá van Cristian Guevara y Diego Ríos, avanzada norteña entre los mil dialectos que identifican la procedencia de los invasores. Cristian -tucumano, recibido de contador- soltó un “chango” y sólo fue cuestión de pescarlo al vuelo. Diego, jujeño, estudia Ciencias Económicas en la UNT. Entre los dos arrastran una conservadora que se abre como la caja de Pandora para liberar toda la cerveza del mundo. Fresquísima, casi crujiente.

La invasión, como no podía ser de otro modo, cuenta con una sólida participación tucumana. Hay reclutas de toda la provincia y lo primero que hicieron al llegar a Río fue plantar la bandera en Copacabana, cabecera de playa y bastión albiceleste. León Kristal es uno de ellos. “Vine con mi novia, pero se acaba de ir”, lamenta señalando el horizonte. Ella se llama Maribel Mochón. A León no le queda más remedio que posar solo para LA GACETA. Está ilusionado, porque las gestiones para conseguir una entrada están bien encaminadas. León cruza los dedos, pero su caso es único. La amplia mayoría de los 100.000 argentinos que se esperan en Río verán la final del Mundial en el Fan Fest. Pagar más de 2.000 dólares por un ticket va más allá de cualquier presupuesto. “¿Quieren un fernet?”, ofrecen desde la intimidad de un grupo atrincherado en la arena. Son cinco y dos lucen una remera de “La banda del camión”. No hace falta decir de qué color es el “trapo” que despliegan con el azulísimo Atlántico de fondo. Muy cerca de ellos la hinchada desgrana una canción: “Qué te pasa brasuca, todavía seguís esperando/qué te pasa brasuca, a la favela te fuiste llorando./ Van pasando los años, te acordás del Mundial del 50…”; y el cierre: “sé que te duele, que te lastima/ pero esta Copa es argentina”. Enfundado en una camiseta del Nápoli, el tucumano Lucas Caram es uno de los directores del coro. “Si te enterás de algún revendedor que no pida tanto por favor avísame por whatsapp”, pide, y deja el número.

“Hay que saltar, hay que saltar, el que no salta es alemán”, ruge la barra, pero a los europeos no se les mueve ni un pelo del bigote. Sentado en un barcito, con el traje típico de Bavaria, un alemán se ríe en silencio mientras toma la quincuagésima cerveza de la siesta. Lo rodean payos de ojos bien celestes, atornillados a la mesa. Pasa un colectivo Mercedes Benz, de los viejísimos, ploteado con los gritos de gol de Messi, Agüero e Higuaín. Al frente, un buscavidas remata camisetas de la Selección, con el 7 de Di María, a 50 reales, Es lo mismo que se pide por la “verdeamarelha” del dueño de casa, pero nadie compra. Y en el medio, un indio que visto de cerca no tiene nada de indio, cobra por sacarse fotos y agita un sonajero. También le cuelgan artesanías de un brazo. Es el bazar Copacabana, el espacio donde todo se encuentra y todo se negocia.

Y si de invasores se trata, la familia Albornoz pone el toque decididamente militar. Los hermanos Mario y Marcos son soldados voluntarios, pero cambiaron el verde de fajina por las bermudas y las ojotas. Llegaron a Brasil con su papá, Mario, con un primo, Álvaro Corbalán, y con una bandera albiceleste que dice -cómo no- Tucumán. Llevan recorridos más de 4.000 kilómetros en auto, en un viaje que surgió de un día para el otro. Aquí están.

Si un viernes Copacabana quedó desbordada por la marabunta, ¿cómo serán las próximas horas, cuando arriben todos los aviones, todos los autos y todos los ómnibus que transportan al entusiasta invasor? ¿Y el partido de Brasil en el Fan Fest, con semejante cantidad de argentinos? ¿Se armará un banderazo similar al que anticipó el triunfo sobre Bosnia? ¿Y mañana, en plena final? Muchas y apasionantes preguntas. Las respuestas, en los próximos partes.