La lluvia está empecinada en arruinar la fiesta en Río de Janeiro. “Esta lluvia no quiere parar, son los brasileños que no dejan de llorar”, cantan a los gritos los argentinos a lo largo y a lo ancho de la ciudad. Y los hermanos aryentinus -como dicen los brasileños-, en algo tienen razón.

Por culpa del histórico 7 a 1 de las semifinales, la patria futbolera “verdeamarilla” perdió la pasión y la razón de ser. En estos días, la alegría sí tuvo fin. “El partido (de hoy) no me interesa. Ya está, no ganamos lo que teníamos que ganar”, dice Mauro Espinosa, el chofer de un taxi.

En el bar La Paloma, directamente se prohibió hablar de fútbol. “Ya renegamos bastante, amigo. Mire, acá sólo se ve novelas de ‘O Globo’. No queremos saber nada con esos sinvergüenzas”, advierte Mario Retes, el encargado. “Le deseo suerte a (Lionel) Messi porque se lo merece. Pero, es raro, me gustaría que gane Alemania y por ocho o nueve a cero para que sus compatriotas se callen de una vez por todas”, confiesa.

Las camisetas amarillas han desaparecido. Sobran las manos para contar cuántos “cariocas” pasean por las calles con la casaca de su selección. “Pareciera que al Mundial lo estamos jugando en Argentina. Sólo se ve celeste y blanco”, jura Rodrigo Aráoz, tucumano que tuvo la chance de ver el partido de la semifinal contra Alemania en el Fan Fest de Copacabana. “Se querían morir, en mi vida vi tanta gente llorando e insultando. La ligaron los jugadores, el entrenador, los dirigentes y los políticos. Desde ese día, el Mundial se murió para ellos”, agrega con cara de asombro.

El fanático de Atlético no está equivocado. Los brasileños aún no se recuperaron del duelo. Cada vez son menos los negocios que tienen cotillón para alentar al equipo que dirige Luiz Felipe Scolari. “Esto es muy triste, jugamos muy mal. Fuimos un desastre y, si me pongo la camiseta, es porque el patrón me lo ordena. Espero que esto termine rápido porque siento vergüenza de usarla”, se sincera Pedro Romero, empleado de una casa de venta de jugos, que se negó tajantemente a ser fotografiado.

“Argentino, ¿por quién alentará mañana?”, me pregunta la conserje del hotel. “Por Brasil, por supuesto”, le contesto y le repregunto: ¿Y usted, el domingo? “Por Alemania, claro”, dice, y lanza una carcajada que contagió a todos en la recepción.

El sentimiento antiargentino está en todos lados. Y más aún si se tiene en cuenta que ya hay una invasión de fanáticos albicelestes que le recuerdan al dueño de casa la goleada sufrida hace menos de una semana.

Es más, hasta juran que hoy coparán el Fan Fest de esta ciudad para alentar a Holanda, porque su reina, Máxima, es argentina y hay que apoyarla. “Alemania, Alemania”, gritan en portugués los brasileños. Por la TV sólo se escucha hablar de que los germanos destrozarán a la selección de Alejandro Sabella. Y no se cansan de repetir la frase de Arjen Robben: “no hay ni una chance de que Argentina le gane a Alemania”.

“Argentiunos loucos”, dicen los “cariocas” que caminan por Copacabana y descubren que su playa fue conquistada por fanáticos que no cantan. “Van a perder porque no quieren gastar una moneda. A todo le piden precio”, se queja Eduardo Do Santos, vendedor de cervezas que recorre la arena en busca de reales. “Ahora cantan, después veremos”, advierte, reflejando el pensamiento de toda una nación que perdió totalmente la alegría.