Por Máximo Hernán Mena - Para LA GACETA - Tucumán

- ¿En qué momento sentiste que tenías que escribir y contar la historia de Iris, de ese mundo devastado y a la vez habitado por una rebeldía vital? ¿Cómo fue surgiendo el lenguaje de Iris?

- Después de leer un reportaje en la revista Rolling Stone sobre soldados psicópatas en Afganistán, se me ocurrió que ese podría ser un buen tema para una novela. Me puse a investigar sobre las guerras en Afganistán e Irak, pero pronto me di cuenta que no quería hacer algo realista. Un amigo, bromeando, me dijo que ambientara la novela en Marte. Y yo me reí, pero se me quedó la idea de inventar mi propia región. El segundo nombre en el que pensé para esa región fue Iris. Una vez que tenía Iris y los soldados psicópatas, me puse a pensar quiénes eran los habitantes de Iris, en qué creían, cuál era su forma de ver el mundo. Y claro, me di cuenta de que estaba hablando de un mundo extraño, y que no quería contarlo con un lenguaje convencional. Si todo estaba alterado en la narración, el lenguaje también tenía que ser intervenido.

- En Iris se han tornado muy difusas las supuestas fronteras entre los humanos y los “artificiales”; todos los soldados ven parte de la realidad a través de lentes inteligentes, algunos personajes tienen prótesis o implantes, e incluso se les ha borrado la memoria e inventado una nueva. ¿De qué modo pensás que la tecnología y la amnesia funcionan como herramientas útiles para la violencia y la guerra?

- La tecnología y la guerra siempre han ido de la mano. Muchos de los grandes avances tecnológicos de los últimos tiempos han sido hechos pensando en el ejército norteamericano, que hoy mismo está probando lentes inteligentes, drones, robots que pueden correr tres veces más rápido que los seres humanos, etcétera. El siguiente paso será probar técnicas para borrar memorias traumáticas. El sueño de un soldado eficiente, de un soldado capaz de concentrarse en su labor y dejar de lado sus emociones, sus recuerdos, todo aquello que lo hace imperfecto en el campo de batalla, seguirá guiando ciertos avances tecnológicos.

- El capítulo de la novela que se enfoca en Orlewen, el líder rebelde, comienza con un “cuentan las leyendas que de niño...”: se construye el personaje a partir de murmullos de la gente. ¿En qué medida la figura y la historia de Orlewen encarna las voces de los irisinos, los gritos silenciosos de otros como él?

- Lo has visto bien, yo quería contar la historia de Orlewen a partir de la leyenda, de los mitos construidos en torno a él. Que fuera una imagen difusa, que no se supiera si lo que se contaba sobre él era verdad o invención. Mi punto de partida fue El reino de este mundo, de Alejo Carpentier. Allí, el tratamiento que le da Carpentier al líder haitiano Mackandal es de un tono real-maravilloso. En el mito, claro, están todos los deseos, los sueños, las ambiciones, las esperanzas del pueblo que los crea.

- En uno de los artículos de tu blog escribiste que “la buena ciencia ficción no se ocupa tanto del futuro como del presente o incluso de aquello que ya ha sucedido.” ¿De qué manera escribir sobre el futuro es para vos también una manera de repensar cuestiones actuales, de “reescribir” el presente y el pasado?

- La “ciencia ficción” creo que siempre está hablando sobre lo que ya ha ocurrido o está ocurriendo. A mí me interesa lo que sucederá dentro de 50 años pero me preocupa mucho más lo que está sucediendo hoy. La ciencia ficción me permite una mirada desplazada sobre el presente, hacer como que me interesa el futuro para ir proyectando tendencias del presente en él, y al hacerlo, desplazar ese presente para tratar de verlo con más claridad.

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PERFIL

Edmundo Paz Soldán nació en Cochabamba, Bolivia, en 1967. Es uno de los autores latinoamericanos más destacados. Tiene un doctorado en Literatura de la Universidad de Berkeley y es profesor de Literatura latinoamericana de la Universidad de Cornell. Es columnista de El País, The New York Times y La Tercera, entre otros medios. Autor de más de 20 libros. Recibió, entre otras distinciones, los premios Juan Rulfo y Erich Guttentag.