Un abrazo conjunto, siete plegarias, un canto. “Brasil, decime qué se siente”. Argentina está en la final del Mundial, a 90 minutos del último pasaje al infinito de la gloria. En Salta, “La Linda”, tiembla la tierra, tiembla el país. La gente sale despegada de sus casas y se dirige a la plaza. Hay que cantar, festejar esta noche gloriosa para un país que necesita mimos. Gracias, Argentina, gracias Selección. Las manos de Sergio Romero supieron llevar el honor, nuestro honor, hasta galaxias desconocidas. Qué voladas de “Chiquito”, el dueño del ojo de la tormenta de dudas antes de Brasil 2014 y hoy gran figura, única cuidando los tres palos de una Argentina que no la tuvo fácil con Holanda.
Pero qué va, ganar es ganar. Horas antes del éxtasis futbolero total, LG Deportiva recibe la invitación del cuerpo técnico de Atlético para ver el partido. Hay buena onda en la previa con la “naranja”. Los que saben no tienen dudas de que será complicadísimo el duelo contra el mismo equipo que nos sacó en cuartos de final de Francia ‘98.
Habrá venganza en esta tarde noche mundial. Pero antes mucha tensión, ansiedad, dudas. “Leo” Messi no está bien, sólo está, tira al pasar uno de los “profes” del “decano”. “Sabella envejece al menos un año por partido, miralo cómo está”, agrega medio en serio y medio en broma Roberto Fernández. Sergio “Coco” Ramos, la mano derecha de Héctor Rivoira, está tan sereno que da envidia. Patricio Peralta, el kinesiólogo, tiembla; Carlos Barrionuevo, el entrenador de arqueros, es una estatua. No se mueve ni por casualidad. El moreno tiene congelado el cuerpo, la vista y el alma frente a uno de los leds que hay en la sala donde los jugadores desayunan, almuerzan y cenan.
“Fue un parto”, dice, con el último hilo de voz, Patricio. El salto del final, el abrazo conjunto entre los siete colaboradores pasó después de que el huracán Romero hiciera la de Dios. Mandó a voluntad una serie de la verdad en la que, quizás, algunos veían a Holanda como ganadora.
“Ahora se viene la bandera ‘Perdón Romerito’”, avisa el “Profe”.
Barrionuevo no puede hablar, está tan emocionado. Pide piedra libre. Es otro “Carlitos”, distinto al del segundo tiempo y al del cierre del suplementario cuando, primero, Rodrigo Palacio le regaló a Holanda lo que hubiera sido el 1-0 parcial, cabeceando a las manos de Jasper Cillessen, y Maximiliano Rodríguez, después, pegándole con tiempo a un centro perfecto de Messi con una chinela en vez de un botín. Hubo reproches en ese instante. Enojo, al igual que con Sergio Agüero, poco participativo y demasiado generoso en el momento que no debía serlo sobre la clausura de los 90’ reglamentarios. “Debió rematar al arco y quiso pasar la pelota; qué hizo”, se quejaba “Pato”.
Dante Cortez, el masajista, está mudo, aferrado a su medallita milagrosa. “Vamos a terminar bien, vamos a ganar”, juraba como quien tiene conexión directa con el cielo.
Los 120’ de duelo desaparecen del mapa. “Argentina fue más, pese al dominio del último tramo de Holanda. Le faltó profundidad”, resume “Coco” con la sabiduría de quien entiende cada detalle que uno, ser normal, quizás no.
Penales, malditos penales. “Pato” se arrodilla, reza; el cronista de LG Deportiva surca una parte del salón. Es ida y vuelta hasta que le toque patear al rival. Cábala. “Cachito” besa la medallita, “Coco” se encoge en su silla; “Carlitos” se pega a la TV; el doctor Marcelo Montoya muerde la mesa con las manos. Y Romero deja de ser “Chiquito”, Romero es gigante. Messi acompaña, Ezequiel Garay, ni hablar. Otra vez Romero ajusticia el sentimiento europeo. Ataja un segundo penal, a Wesley Sneijder. Y viene “Kun” Agüero y destruye el arco. Argentina está a un remate. Es de “Maxi”, la “Fiera” que calzaba chinelas rato antes, devora la línea de los suspiros. Argentina es finalista. Argentina va por Alemania. “Brasil, decime qué se siente que Argentina sea local en tu casa”, azota el “Profe” cuando Salta “La Linda” aún canta, baila y transmite al mundo que a la Selección se la siente hasta en Júpiter.