Hay que afinar con muchas ganas la mirada para descubrir que debajo de todas esas ramas, plásticos, escombros y animales muertos hay una calle. Una arteria de dos manos que fue estrenada hace cinco años pero que, a partir de ese momento, comenzó a ser blanco del depósito clandestino de basura. Es la calle Bolivia, que en 2009 fue abierta a la altura de Campo Norte para comunicar las avenidas Viamonte y Ejército del Norte. También para facilitarles el acceso a los chicos y docentes que concurren a la escuela de la zona.
Desde mayo de ese año, la situación no ha mejorado. Las medidas que han tomado las autoridades han sido meros parches: la Municipalidad limpia el enorme predio periódicamente, pero a los 15 días vuelve a llenarse de basura. El olor no se soporta.
Según cuentan los vecinos, los únicos períodos en los que Campo Norte pareció un espacio verde y dejó de asemejarse a un vaciadero público, abierto a todo el mundo, fue cuando hubo una consigna policial permanente. Ocurrió tras los intentos de usurpación que sufrió el predio, en septiembre pasado, y a comienzos de este año. Pero esas acciones, según apuntan quienes viven en la zona, no han durado más de un mes. “No podemos tener un policía fijo en ese lugar cuidando el tema de la basura. Hay patrullas, pero algo fijo no se puede, es algo que tiene que ver la Municipalidad” justifica el comisario Luis Medina, jefe de la Regional Capital, al ser consultado por LA GACETA. Desde la administración de Domingo Amaya -y también en opinión de los vecinos- aseguran que la única forma de evitar que el lugar se llene de desperdicios es con un agente permanente (Ver “Anuncian...”)
Al no tener una respuesta oficial al problema de la basura, algunos vecinos de Viamonte desde 1.300 al 1.600 decidieron actuar por su cuenta. Enrique Molina es propietario de un salón de fiestas ubicado en Viamonte y Chile, justo en frente de Campo Norte, y es uno de los que ha optado por hacerse cargo del problema. “He contratado por mi cuenta una topadora para hacer un pequeño terraplén en la parte que da al frente del salón y he puesto unos postes bajos para ver si así desaliento a los carreros a entrar con sus carros. Algo se ha conseguido, pero así y todo tengo que limpiar yo mismo el frente cada vez que tengo un evento. Comercialmente me mata el estado de ese predio”, lamenta Molina.
Con la gente que acude a tirar basura tratan de ni siquiera mirarse a los ojos. “Yo ya no les digo nada, pero ellos provocan. Hace poco estaba limpiando la vereda de Campo Norte que está al frente de mi casa, estaba barriendo, y pasó un carrero y se puso a tirar basura delante mío. Me insultaba, me decía que él iba a tirar basura donde él quisiera. ¿Y que voy a hacer? ¿Ponerme a pelear? Los vecinos no podemos exponernos a que nos maten por algo que tendrían que cuidar las autoridades; si yo tuviera en esas condiciones de abandono un terreno baldío, porque Campo Norte no es otra cosa que eso, seguramente ya estaría lleno de multas porque las ordenanzas dicen claramente que el propietario tiene que hacerse cargo de los baldíos”, analiza el comerciante.
Quien una vez casi llega a las manos con los carreros fue Osvaldo Chaile, uno de los tres habitantes de viviendas familiares que hay en Viamonte al 1.300. Los demás son locales comerciales, galpones y un lavadero de vehículos.
“En alguna oportunidad he tratado de decirles que no tiren basura, ponerme firme, pero me han querido agarrar a latigazos desde el carro”, cuenta el camarógrafo, que vive en la misma casa desde 1962. “Cuando estaban los militares, los yuyos estaban altos, porque acá hacían maniobras. Cuando se fueron siguieron altos, porque nadie los mantenía. Lo cierto es que siempre fue un lugar abandonado”, dice el vecino, quien les tiene prohibido a sus hijos decirles nada a los que arrojan basura por miedo a las represalias.
En honor a la verdad, sostienen los vecinos, no son los carros de basura los únicos que agarran Campo Norte como vaciadero. “También llegan camionetas que tiran 50 kilos de huesos y ahí el olor es insoportable. También se ven pedazos grandes de hormigón que parecen de obras viales... A eso no lo tiran los carros, lo tiran empresas constructoras”, razona Chaile, quien se ha encargado de contar cuántos carros entran por día al predio: 35 como mínimo y hasta 60, a toda hora. “Si no fuera por las más de 10 canchas de fútbol que hay, esto sería un Pacará Pintado clandestino (la ex planta de tratamiento de residuos urbanos)”, compara.
El invierno significa una tregua para los vecinos de la zona. En épocas de calor, las moscas y la pestilencia los obligan a cerrar puertas y ventanas, y a tratar de ni mirar el apestoso cuadro que ofrece el predio de 37 hectáreas que en marzo de 2006 fue comprado por $ 5,5 millones al Ejército por parte de la Provincia e inmediatamente transferido a la capital. El fiscal de Estado de ese entonces, Antonio Estofán, había presidido el acto de transferencia y había prometido que 28 hectáreas se destinarían a espacios verdes y de prácticas deportivas.