“No me golpeo el pecho por nada”. La frase pinta de cuerpo entero a Alejandro Sabella, un hombre que hace un culto de la humildad, que jamás pasará factura alguna a nadie, mucho menos públicamente.
El entrenador negó no una, sino dos veces que este pase a semifinales con sabor a histórico le signifique algún tipo de reivindicación por haberlo conseguido con un equipo bien suyo, “made in” Sabella.
Pero el triunfo sobre Bélgica fue también la victoria de la táctica y la estrategia de este entrenador sui generis, que a esta altura combina dos menciones honoríficas: ser el mejor discípulo de Carlos Bilardo y también el mejor alumno de Daniel Passarella, en su versión de técnico.
De este mix surge un entrenador que no renuncia a las ambiciones ofensivas -cómo podría él, en su momento exquisito zurdo número 10-, pero que prioriza el equilibrio y el orden, sobre todo. Aunque pierda poder de fuego arriba.
En Brasilia pateó el tablero: puso a Lucas Biglia por Fernando Gago, y acertó. A Martín Demichelis por Federico Fernández, y acertó. Forzosamente, a José María Basanta por Marcos Rojo, y luego a Enzo Pérez por el golpeado Ángel Di María, y le respondieron. A Ezequiel Lavezzi y a Rodrigo Palacio para desdoblarse, todo resultando ok.
¿Más? Sí. Bancó al criticado Gonzalo Higuaín, y festejó. Antes a Sergio Romero, y el arco con el gigante que no jugaba en Mónaco de Francia, se achicó.
“En la búsqueda de equilibrio siempre digo una cosa que para mí es fundamental, la ocupación de los espacios, todos los técnicos lo sabemos”. Con este argumento, Sabella justificó la inclusión de un delantero que haga de volante y también el desembarco del rubio Biglia.
El destino le tiró un centro a través de una circunstancia desgraciada: la lesión de Sergio Agüero le permitió a “Pachorra” poner en cancha su predilecto esquema de 4-4-2, sin costos adicionales algunos.
Tras la experiencia fallida del primer tiempo ante Bosnia y el volantazo en el entretiempo, la mejoría posterior y las palabras de Lionel Messi en favor del 4-3-3 híper-ofensivo (con los ya sepultados cuatro fantásticos), le torcieron el brazo a Sabella. Sabiamente, el hombre aceptó que su “as” de espadas le marcara la cancha en pos de la armonía del grupo. Pero a la primera de cambio, el técnico mutó en la dirección de su preferencia, justo cuando comenzaba el modo eliminación directa, primero encarando a Suiza y luego, a Bélgica.
“No me importan las reivindicaciones; mi trabajo es tratar de hacer lo mejor para la Selección Argentina, para este grupo que hace tres años que estamos juntos”, postuló Sabella, triunfador pero humilde en el impresionante “Mané Garrincha” de la capital de Brasil.
Por todo esto, en cierta forma, el DT le ganó la pulseada al capitán Messi. Aunque, sobre todo, salió ganadora la Selección -al menos por ahora-. Que no se corte, por el bien de todos.