La enorme y contradictoria obra de Walt Disney es inabarcable en unas pocas lineas. “El Mago de Burbank” como era conocido, fue, aunque controvertido en muchos aspectos, un genio de la animación. Una linea común a todas sus princesas es la belleza ingenua y sumisa de los personajes, rescatadas o castigadas por hombres que siempre fueron los que dominaron las situaciones (Blancanieves, Cenicienta, la Bella Durmiente). Sólo con los años y con la aparición de nuevos guionistas, en especial mujeres, esa mirada machista fue cambiando. Con Ariel, la sirenita y con Bella surge un modelo de mujer inteligente, aventurera e independiente. A quienes se suman las heroínas activas y defensoras sociales (Pocahontas y Mulán).
Desde lo político fue un defensor del nacionalismo norteamericano y siempre colaboró con el Comité de Actividades Antiamericanas, presidido por el tristemente célebre senador Joseph Mc Carthy. Desde muchas de sus animaciones contribuyó a la imagen que de Estados Unidos querían mostrar al mundo sus gobernantes, a través del aparato propangandístico hollywoodense. Incluso previo a la Segunda Guerra Mundial y durante ella muchos de sus trabajos apoyaban el belicismo. Como un gran visionario fundó las bases de un imperio multimediático y hasta una ciudad ideal, inspirada en su sueño de una vida armoniosa y feliz.
Más allá de todas estas contradicciones Disney fue un verdadero genio de la animación. Desde un análisis técnico de su dibujo, el uso del color y del sonido, como desde la consideración de que llevó a la pantalla historias de Shakespeare, Perrault y los hermanos Grimm, pasando por los entrañables Mickey, Donald, Pluto y hasta las tontas sinfonías, su prolífica obra nos permitió gozar (y sufrir) de esos imborrables momentos que todos guardamos en nuestras memorias en las matinés de los cines de barrio de nuestra infancia.