La reimpresión del suplemento que LA GACETA editó en 1966, con motivo del Sesquicentenario de la Independencia, me trajo enormes dosis de nostalgia y casi una lágrima. Lo hicimos con Ventura Murga, entonces jefe de noticias del diario, con quien compartíamos el gusto por el pasado.

La idea de armar una GACETA como la que entonces salía, impresa a partir del plomo (con su tipografía, sus secciones fijas, su modo de diagramación y titulaje, etcétera) como si se hubiese editado un siglo y medio atrás, fue idea exclusiva de Murga. Yo tenía entonces 25 años y Murga unos diez más.

Nos echamos encima un enorme trabajo (había que llenar veinte páginas), pero teníamos el entusiasmo y las ganas. Usamos documentos y la bibliografía a nuestro alcance. La investigación documental era de Murga. Se percibe, por ejemplo, en la “Crónica Social” donde los nombres de niños y adultos son todos de gente que actuaba en la época; o en las noticias de policía, tomadas de expedientes de archivo de ese tiempo. Yo me encargaba de pesquisas en los libros. Y en cuanto a la redacción, tecléabamos los dos por partes iguales en las fieles máquinas Remington manuales.

Hoy, con las fotos, la computadora puede hacer maravillas a simples golpes de tecla. En esa época, había que acudir a “fotomontajes”, como llamábamos a las imágenes cuyos agregados o supresiones se hacían en base a pegatinas maquilladas con témpera gris. La borrosa impresión (que nos parecía perfecta) de esos años previos al Offset, disimulaba estos recursos.

En la cara de un actor de cine pegamos la de Belgrano. A la foto antigua de la galería de la Casa Histórica, se le adhirió gente de espaldas y con galeras, sacada de otros cuadros, y así. El dibujante Juan Carlos Pereyra era el autor de ese trabajo y nos entendimos perfectamente.

Me acuerdo que la noche que pasamos en vela cerrando el suplemento, hubo una terrible novedad: murió don Segundo Murga, padre de mi colega y amigo. El partió a su casa demudado. Pero regresó dos horas más tarde y se sentó a escribir. Siempre admiré ese rasgo de profesional y me complace contarlo. Con Murga hicimos también “La historia de las calles de Tucumán”.

El suplemento tuvo un eco enorme. La gente se lo sacaba de las manos y lo requerían con insistencia las escuelas. Nos valió dos distinciones nacionales, otorgadas al año siguiente. Una fue el Premio “Fundación Siam Di Tella-Círculo de la Prensa de Buenos Aires”, que recibimos con Murga de manos del secretario de Prensa de la Nación. El otro fue la Mención Especial en el Premio “Antonio Rizzuto” de Adepa, con una medalla de plata que aún cuelga de mi llavero.

Pensaba anoche que, si hoy tuviera que escribir ese suplemento –hablo por mí- probablemente me saldría mucho mejor. Entonces era un pichón de periodista con gusto por el pasado, y hoy, además de periodista, creo haber llegado a ser un historiador. Pero no podría reiterar el ánimo fervoroso con que lo redactamos en 1966, cuando la vida parecía interminable, la juventud parecía eterna, y creía que todo estaría siempre en el mismo lugar.