¿Cuál sería el aspecto del parque 9 de Julio si durante 50 años se dejara que la vegetación crezca sin condiciones? A esta respuesta se la puede encontrar visitando el Jardín Botánico de la Fundación Miguel Lillo, una colección de árboles (arboretum), plantas y arbustos propios de la selva tucumana. Posee ejemplares que rozan los 100 años de cuyas ramas cuelgan lianas y plantas epifitas (clavel del aire, por ejemplo). Es una porción de verde silvestre. Un sitio ideal para que los más chicos tomen contacto con la vegetación en su estado más puro. “Este probablemente es el primer rincón de selva que ven los niños. Miguel Lillo no tuvo hijos ni nietos, pero dejó todo esto para nosotros”, cuenta Ana Levy, botánica y directora del Jardín.
Además de la tranquilidad que se respira, en sus sendas es posible sentarse en un banco de madera y escuchar los pájaros. “Llegan aquí en busca de refugio, también las mariposas y los colibríes. Hay unas 90 especies que viven y pasan por aquí”, añade.
Durante la mañana se realizan visitas guiadas, oportunidad para conocer las características de algunas de las 56 especies distintas de árboles que posee. Además de las especies autóctonas como el ceibo, el arrayán, el mato, se encuentra una parte de especies exóticas: el Ginkgo biloba, el banano, el ciprés, la caña de bambú o la pata de vaca.
También se está formando un sector de plantas aromáticas cuyas semillas fueron cedidas por el Inta Castelar y el Inta Famaillá. Se puede encontrar cedrón, lemon grass, poleo, menta peperina y yerba buena, entre otras.
Como se trata de un espacio donde la intervención humana es mínima hay cosas que sorprenden. El inmenso tronco de una Tipa corta el camino y para seguir hay que agacharse y pasar por debajo. “Hace ocho años se cayó y no quisimos sacarlo. No está muerto porque una parte de las raíces quedó en la tierra y así, inclinado, sigue creciendo”, cuenta Ana. Este dato le fascina a los niños que comparan al árbol con un anciano que aunque está encorvado sigue viviendo.
El jardín fue la casa del doctor Miguel Lillo. Allí fue cultivando especies autóctonas y otras exóticas que traía de sus viajes. En el medio de ese solar se encuentra la tumba de este científico apasionado por la flora tucumana.
Otra de las cosas que esconde el jardín botánico es una colección de piezas escultóricas de la fauna triásica que habitó este suelo. Todos a escala real, los niños pueden asombrarse con el herrerasaurio, por ejemplo. El recorrido por el jardín puede comenzar en la fuente de la tortugas. Una pequeña laguna artificial habitada por estos animales. Con paciencia -y si el día está cálido- se puede esperar para ver si asoman.
Claves para forestar el jardín
- Elegir qué ejemplar se va plantar en un jardín no es algo para tomar a la ligera. Hay que tener en cuenta las dimensiones del espacio verde, el tamaño del árbol, la necesidad y el objetivo. Nora de Marco, bióloga, y Ana Levy, botánica, dan algunas recomendaciones. Priorizar las especies autóctonas es fundamental, porque están adaptadas climáticamente y, además, contribuyen a la identidad verde de la provincia. “En un jardín hay que plantar un árbol a seis metros de una galería o de la tapia para evitar que las raíces levanten el piso”, explica De Marco.
- “Si querés un jardín con pájaros y colibríes, el arrayán y el mato son muy lindos ejemplares para lograr este objetivo”, señala Ana Levy. Hay que elegir los que produzcan frutos, ya que las aves van a llegar en busca de alimento.
- El moradillo y la salvia son plantas que, además de ser ornamentales, les resultan muy atractivas a los colibríes.
- De Marco recomienda el lapacho amarillo, un árbol de gran porte y muy vistoso. La flor del ceibo (que es la flor nacional) es muy llamativa. El árbol es un ejemplar mediano que también puede adornar el jardín.