Ángel Di María corre, corre y corre. Nunca se cansa. Cuesta creer que con ese físico diminuto -es tan flaco que le dicen “Fideo”- tenga tanta resistencia. Es capaz de sostener el ida y vuelta los 90 minutos. Y si hay que jugar un alargue, ahí estará él para marcar un gol en el minuto 118. Cuando todos ( y todas) se pasaban hablando de “Pocho” Lavezzi, el rosarino se robó el protagonismo con el gol a Suiza y le dio a la Selección el dramático pase a octavos de final. Justo él, que es la otra cara de la moneda. Di María no luce por los abdominales marcados ni por la facha de atorrante que seduce a las mujeres. Al contrario. Pero a él le importa poco. Su corazón tiene dueña. Ese festejo es su marca registrada desde que se casó con Jorgelina Cardoso hace tres años. La pareja tuvo una hija, Mía, que nació prematura y luchó dos meses hasta salvar su vida. Ellas son las destinatarias de sus celebraciones en Real Madrid y en la Selección. Cuando los argentinos sufrían, “Fideo” ofreció su corazón. Marcó su primer gol en un Mundial que vale tanto como el que le hizo a Nigeria en la final de los Juegos Olímpicos de 2008 para sumar la medalla de oro. En el año de su consagración con el “merengue” -ganó la Liga de Campeones y la Copa del Rey- quiere la Copa del Mundo. No tiene facha ni es talentoso. A él le sobra corazón.