A casi a ningún hincha le importa que Argentina haya sufrido tanto para eliminar a la voluntariosa Suiza. En un Mundial y, mucho más en este tipo de instancias, sólo sirve el resultado final; o mejor dicho, asegurar el pasaje a la siguiente ronda. Y eso fue lo que hizo la Selección.

Sufrió, es cierto. No jugó bien, también es correcto. Pero está en cuartos. Sí, en esos malditos cuartos de final, esta vez decidido a romper una maldición que lo persigue desde hace 24 años.

Argentina ganó con el último suspiro, agónicamente, cuando todos comenzaban a analizar quiénes iban a ser los encargados de patear los penales. Ahora; ¿cuál fue la clave para que el equipo de Alejandro Sabella no haya podido resolver antes un duelo que en los papeles pintaba accesible? La tenacidad y el orden del equipo europeo. Los dirigidos por Ottmar Hitzfeld ejecutaron casi a la perfección el libreto que habían ensayado. Le cerraron los caminos a su rival y apostaron casi todas sus fichas a los penales. Fallaron por muy poco; sólo porque Argentina tuvo dos “ángeles”: Di María para romper los esquemas y el palo derecho de Sergio Romero para ahogar el grito suizo cuando no quedaba nada.

Argentina sufrió más de la cuenta porque equivocó los caminos. Volvió a depender casi exclusivamente de sus individualidades. Y Messi no estuvo del todo fino, Fernando Gago volvió a mostrarse errático, Gonzalo Higuaín sigue sin encontrar su nivel y Ezequiel Lavezzi no mostró lo que tanto se esperaba de él.

Para colmo, Sabella no arriesgó nunca. Desde el arranque del complemento, Suiza se paró en su campo y renunció a buscar la hazaña. Pero el DT argentino no apostó a más. Los cambios fueron siempre pieza por pieza, cuando la situación ameritaba buscar el golpe de efecto en el banco. Igualmente, la jugada salió redondita.

Rodrigo Palacio guapeó una pelota, Messi se iluminó y Di María aseguró el pasaje. Claro, el palo también hizo su aporte aunque, a esta altura, a casi nadie le importe.