La figura más emblemática del fútbol suizo, el hombre más endiosado y más repudiado, el apellido indisociable de un país que gracias a su notoriedad le debe cierta figuración en el mapa futbolero, no es futbolista ni entrenador sino dirigente: el presidente de la FIFA, Joseph Blatter.

Quien pueda recordar más de cinco futbolistas suizos en la historia debería ser premiado con una entrada para mañana a la 13 en el estadio Itaquerao de San Pablo. Algunos reconocerán a Stephane Chapuisat, otros dirán Alexander Frei; otros estarán al tanto de que Philippe Senderos fue figura del Arsenal de Londres y que en Brasil juega su tercer Mundial; algún fanático podrá recordar a Ciriaco Sforza y el resto, resignado, pedirá que la mención de Blatter sea considerada una respuesta válida.

Pero mientras el presidente de la FIFA y viejo aliado de Julio Grondona sólo juega al fútbol que se decide en los escritorios (lo cual no es poco, por supuesto), el equipo de Suiza que enfrentará a la Selección de Messi presenta una figura emergente. Se llama Xherdan Shaqiri, tiene 22 años. Comenzó su carrera en Basel; en 2012 pasó a Bayern Munich donde alterna entre el banco de suplentes y los minutos finales de los partidos del multicampeón alemán (Pep Guardiola acaba de decir en Buenos Aires que, a pesar de que no es titular en su equipo, “tengan cuidado con Shaquiri que en su selección se siente una estrella”); es zurdo pero juega en la derecha del mediocampo, le sobra vocación ofensiva y de armado de juego, y en el partido contra Honduras convirtió lo que ni siquiera Messi pudo hasta ahora: tres goles en un partido de Mundial, y todos con la pierna izquierda.

Su hazaña, conseguida en la selva de Manaos y a orillas del Amazonas, fue el segundo “hat-trick” de Brasil 2014: el primero lo había conseguido el alemán Thomas Müller ante Portugal. También fue el 50º “triplete” de la historia de los Mundiales y el segundo de Suiza, a 60 años del que consiguió su compatriota Josef Hugi en el partido con más goles en las Copas del Mundo, un 5-7 ante Austria como local, en Suiza 1954.

Lo peculiar de su biografía personal es que Shaqiri no nació en Suiza sino en Gnjilane, una ciudad que hoy pertenece a Kosovo pero que hace 22 años todavía era parte de una Yugoslavia que desaparecía en medio de la guerra civil. En realidad, Argentina no enfrentará mañana a Suiza sino a un “Resto del Mundo”: hay siete futbolistas extranjeros en la selección que encima dirige un alemán, Ottmar Hitzfeld.

Cinco son de la vieja Yugoslavia: además de Shaqiri, también Granit Xhaka nació en Gnjilane, mientras que Admir Mehmedi, Blerim Dzemaili y Valon Behrami son de otras ciudades del ex país que terminó desintegrándose en siete: Bosnia y Herzegovina, Serbia, Croacia, Eslovenia, Montenegro, Macedonia y Kosovo, un Estado que declaró su independencia de Serbia en 2008 pero que todavía no cuenta con el reconocimiento total de Naciones Unidas. Los otros dos “refuerzos” suizos son africanos: Johan Djourou de Costa de Marfil y Gelson Fernandes de Cabo Verde.

Shaqiri, la amenaza argentina en San Pablo, se fue de Kosovo en medio del espanto de la guerra. Apenas había cumplido un año pero las tradiciones familiares continuaron rigiendo su vida. El 96% de los kosovares son musulmanes. Shaqiri también. Su religión no sería más que de un detalle sino fuera que el sábado comenzó el Ramadán, el mes sagrado del mundo islámico que les genera un serio dilema a varios jugadores de Alemania, Bélgica, Francia, Nigeria, Argelia y, por supuesto, Suiza.

Un Ramadán no caía en pleno Mundial desde México 86 (si se entera Carlos Bilardo lo sumará a su industria de las cábalas). El que coincide con Brasil 2014 y comenzó el fin de semana seguirá hasta el 28 de julio, o sea quince días después del Mundial. Será un lapso en el que 1.500 millones de musulmanes en el mundo entrarán en ayuno a modo de purificación: hombres y mujeres deberán abstenerse de comer, beber, fumar y mantener relaciones sexuales durante las horas diurnas. Sólo podrán alimentarse antes del amanecer y después del atardecer, o sea de noche. El problema, para los futbolistas que están jugando el Mundial, es que los partidos de la segunda fase comienzan a las 13 y a las 17 con temperaturas y humedad elevadas, lo que conforma un cóctel peligroso que puede perjudicar el rendimiento físico y deportivo en estas épocas de ayuno.

Argelia, por ejemplo, jugará hoy contra Alemania con un plan B para combatir la deshidratación. El desayuno deberá ser muy poderoso. La selección africana representa a un país con 99% de musulmanes y contrató para el Mundial a un médico, Hakim Chalabi, especialista en hidratación. Pero mientras los argelinos aseguraron que respetarán el Ramadán, no todos los islámicos de los otros países lo harán: entre los alemanes jugará Mesut Ozil, el mediocampista de ascendencia turca que ya avisó que no podrá iniciar el Ramadán.

“Tengo que trabajar”, se excusó el volante de Arsenal, ateniéndose a las excepciones que permite su religión, por ejemplo para aquellas personas que permanezcan a muchos kilómetros de sus países. Sami Khedira, el mediocampista de Real Madrid y segundo alemán de Brasil 2014 que practica el islamismo, no se pronunció al respecto.

Pero en el primer partido de hoy, Francia-Nigeria, también habrá varios musulmanes en la cancha, por ejemplo Karim Benzema, Bacary Sagna, Mamadou Sakho y Moussa Sissoko del lado de los europeos (también se habrían sumado Franck Ribery y Samir Nasri, en caso de estar en Brasil).

Y si Argentina pasa los octavos de final y, como se supone, enfrenta a Bélgica en cuartos, se enfrentará a otros dos musulmanes, Marouane Fellaini y Mousa Dembelé. Pero para eso primero deberá pasar mañana a Suiza y a Xherdan Shaqiri. El mediocampista de Bayern Munich ya anticipó que el Ramadán no será un obstáculo: “voy a correr más rápido que nunca”, anunció. Dios nos ampare.