Si usted eligió traicionar a la patria futbolera y alentar a Brasil, desde ya se le aclara, que no tiene muchos motivos para festejar. A saber:

1- Su equipo estuvo escudado por un campo de suerte pocas veces visto en la historia de los Mundiales. Es más, deberían sacar el arco del Mineirao y hacerle un monumento. Si no fuera por el travesaño y el palo que devolvieron la pelota en tiempo suplementario y en los penales, todavía estarían llorando.

2- El cuco, el gran candidato, llegó a los penales con un gol en contra y no como quiere hacernos creer la FIFA que fue de David Luiz. Los chilenos, una formación sin tantos nombres, pero mucho más equipo, los superaron durante casi todo el partido. Claro que el maldito destino estuvo de su lado.

3- El árbitro inglés Howard Webb, como le ocurrió en la final de Sudáfrica 2010, le volvió a quedar grande el partido. Fue demasiado permisivo con los brasileños -Fernandinho se cansó de golpear y no fue amonestado- y demasiado duron con los chilenos.

Por todo eso, estimado simpatizante de Brasil, llámese al silencio y ni se le ocurra salir a celebrar.