El pelotazo en el travesaño se escuchó clarito. ¡Tac! Un garrotazo seco. Y después, en cuestión de microsegundos, el ¡uuuhhh! más conmovedor que pueda imaginarse. De los chilenos, porque ahí zarparon las carabelas de la gloria y ellos se quedaron en el Puerto de Palos después de haber cruzado España a pie. Y de los brasileños, a quienes la película de la eliminación les duró un parpadeo. Qué maravilloso es el fútbol, por Dios.
Estos mundos de sensaciones no se narran linealmente. Hay que empezar por el final, que a fin de cuentas ya se conoce de sobra. Lo impagable entonces pasa por los gestos, potenciados por la extenuación que implica patear un penal después de 120 minutos agotadores bajo el sol de Minas Gerais. Una cosa es disparar fresco, entero; muy distinto es llegar a la pelota con el corazón agarrotado de tanto ordenarles a las piernas que, por favor, no se les ocurra detenerse.
David Luiz no podía errar. Que el símbolo de un seleccionado brasileño sea un defensor habla muy bien de él y muy mal de lo que hay para ofrecer del medio hacia adelante. Pero Neymar es un cachorro, genial pero cachorro al fin, y los demás no están a la altura. Así que David Luiz -según la FIFA- la mandó a guardar. Willian tiró afuera y Hulk, el enemigo público número uno en Brasil, apuntó a las piernas de Bravo. Acertó Marcelo y Neymar, que había terminado acalambrado y participando poco y nada del juego, hizo lo que hacen los cracks.
Los delanteros, los indicados para encender el fuego en momentos clave, fueron los que perdieron frente a Julio César: Pinilla, a quien durante el resto de su carrera recordarán por el misilazo al travesaño, y Alexis Sánchez. Bien Aranguiz y Díaz. Y llegamos entonces a Gonzalo Jara, jugador del Nottingham Forest inglés. Los historiadores del fútbol abrieron los libros para anotar su nombre y a Jara lo sobrepasó el compromiso. Que Neymar convirtiera con maestría y Jara haya astillado el poste no es una casualidad. Hay instantes en los que no se trata de una moneda volando caprichosamente hacia cara o cruz. Hay detrás de Neymar y de Jara un siglo de tradición y el que diga que eso no cuenta se equivoca. Así que los historiadores menearon la cabeza, guardaron la pluma en el tintero y de Jara se ocuparán quienes escriben los pies de página.
“Estuvimos a punto de ver un hecho histórico”, se dijo mil veces ayer. Ese “casi” separa lo trascendente de los anecdótico. Que Brasil le gane a Chile no puede sorprender a nadie, y de hecho le ganó. La cuestión es el cómo, y esa es materia de análisis para lo que viene en la Copa del Mundo. Volver a casa con la cabeza en alto no conforma a ningún chileno, no puede conformarlo teniendo en cuenta las alternativas del partido. Y eso que Brasil generó más jugadas de gol, pero Chile tuvo dos clarísimas: la de Pinilla al cierre del suplementario y otra que tapó Julio César. Justo Julio César, el arquero que no querían porque juega ¡en Canadá! y ayer cruzó el Rubicón de ida y de vuelta.
Scolari se pasó la conferencia de prensa criticando al árbitro por un penal no cobrado (no existió falta), el gol anulado a Hulk (hubo mano previa) y las patadas que le dieron a Neymar. El inglés Webb, impecable, no compró los vuelos acrobáticos de Neymar, quien -es cierto- fue atendido sin cariño en la mitad de la cancha. Sampaoli, que mandó a sus hombres a jugar el único partido posible, presionando en el medio e intentando salir rápido de contra, se fue como un caballero. Son estilos.
Gary Medel no podía jugar este partido. Es increíble lo que hizo, en una pierna, estirando la agonía hasta la prórroga. Medel fue un gigante en un partido intenso, tanto que en el segundo suplementario nadie quería más. Y justo ahí, mientras en los bancos anotaban los shoteadores imaginando los penales, Pinilla vislumbró grandeza. No pudo ser. No fue el momento; tal vez no llegue nunca.
Hay rasgos de Armada Brancaleone en este Brasil. Será por la verborragia de Scolari, por las arengas de David Luiz, por los pelotazos que terminaron apuntando a Fred -lejos de lo que un Mundial requiere-, a Jo, a Neymar o al que anduviera cerca del área rival. Pero es Brasil, cuidado con las simplificaciones. Fue superior en el primer tiempo, que quedó 1-1 porque Hulk se durmió y Alexis ratificó que es un peligroso bicho de área. ¿Por qué Hulk es titular en un Mundial? ¿Por qué, Brasil?
Así se escriben esta clase de páginas de los Mundiales. Con la máxima de Winston Churchill: sangre, sudor y lágrimas. De fútbol, de talento, este Brasil debe la cuenta y no le está alcanzando para pagar. A su favor juega el hecho de que siempre, siempre, encuentra crédito. Y Chile volverá a ser Chile, mejor o peor, acordándose de la tarde mineira en la que recibió la invitación a viajar en primera clase y terminó acodado en la barra de la taberna del puerto.