Argentina transita una vez más momentos de incertidumbre económica que ponen al país al borde del default.
Esta vez, el riesgo de la cesación de pagos no aparece asociado a la asfixia de una deuda imposible (como en 2002, cuando los compromisos externos alcanzaban al 160% del PBI) sino al 1% de los bonistas que no ingresaron a los canjes de 2005 y 2010, litigaron ante la jurisdicción elegida por el entonces presidente Néstor Kirchner (Nueva York) y se vieron beneficiados por el fallo del juez Griesa, por la decisión de la Cámara de Apelaciones, y por la confirmación de la decisión de ambas instancias por parte de la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos.
Desde el primer fallo de Griesa hasta ahora han pasado dos años. En este tiempo, el gobierno argentino hizo lo que mejor sabe hacer: culpar a enemigos ocultos, promover la confrontación y delegar máximas responsabilidades en funcionarios con mínimas credenciales para asumirlas.
Reconocer esto no implica dejar de enunciar que tanto las estrategias de los holdouts como las fuerzas del capitalismo especulativo internacional merecen nuestro unánime rechazo.
En estos días, nos preguntan constantemente cuál es el camino a seguir. Desde el Frente Amplio UNEN tenemos muy en claro que, más allá de las razones que condujeron a esta coyuntura, estamos ante un problema nacional de enorme relevancia y de proyecciones futuras.
En este sentido, creemos que la única salida en esta instancia es la negociación, y que el gobierno nacional debe abandonar la errática gestión que ha demostrado hasta ahora para asumir el problema con responsabilidad. Tal como hemos enunciado en el comunicado del pasado 19 de junio, el Frente Amplio UNEN se pone a disposición para aportar a la búsqueda de soluciones en el marco de un espacio real de diálogo, pero jamás va a acompañar la aventura de un default.
Nos preguntan también por el impacto de este conflicto de dimensiones macroeconómicas en la vida cotidiana de los argentinos. Si no se arriba a una reprogramación de estas obligaciones, la disminución en la inversión y en los niveles de empleo se verá en nuestras empresas y en nuestras calles, las mismas que ya reflejan las dificultades del contexto inflacionario y la fuerte problemática vinculada a la seguridad ciudadana.
Nos preguntan, finalmente, si en este escenario puede vislumbrarse una salida y una esperanza. Nuestra rotunda respuesta es sí, existe una salida y la posibilidad cierta de construirla; el modo en que resolvamos el presente refleja la forma en que podremos construir el futuro. Más allá de estas dificultades que mencionamos, nuestro país continúa teniendo buenas perspectivas de inserción internacional; por eso, si somos capaces de aprovechar esas oportunidades generando confianza y reglas de juego claras que permitan atraer inversión genuina, revertiremos esta década de oportunidades perdidas. Sólo la inversión y la reinserción en los mercados de crédito internacionales nos permitirán generar las condiciones de infraestructura que requiere el desarrollo integrado y equilibrado del país.
La Argentina que queremos, y que estamos trabajando para construir, es un país verdaderamente federal. Trabajamos para que las economías regionales se vean impulsadas y, con ello, la distribución geográfica del ingreso. Trabajamos para que se revierta la reprimarización de la economía; para que podamos industrializar cerca de los lugares de producción, agregando valor, constituyendo cadenas que permitan la cooperación entre campo e industria, y evitando que cada vez más pueblos y ciudades del interior sean abandonados por su gente.
Trabajamos, también, por la recuperación del autoabastecimiento energético y la diversificación de la matriz, aprovechando los desarrollos de las energías alternativas.
Este horizonte económico productivo debe ser la base material para una nueva manera de gestionar lo socio-cultural en nuestro país.
Necesitamos recuperar el orgullo de nuestra educación pública y transformar a la escuela en espacio para la trasmisión de los valores de convivencia y solidaridad; necesitamos garantizar salud pública de calidad, y lograr que el trabajo decente registrado y las jubilaciones adecuadas al esfuerzo de toda una vida sean las formas que garanticen la dignidad de la subsistencia.
La política y las instituciones también deben transformarse. Lo primero es reconciliar ética y política, ser furiosos defensores de la trasparencia, dar el ejemplo con cada acción y con cada gesto. El respeto a las instituciones de la república y al federalismo, y el fortalecimiento de la democracia representativa mediante la participación ciudadana, deben ser los pilares de esa transformación.
Nuestro país tiene una oportunidad. Los argentinos tenemos la oportunidad de empezar a construir ese país en el que creemos y con el que soñamos, porque un ciclo está terminando y lo nuevo comienza a nacer. Y no asustarnos si lo nuevo comienza a verse lentamente, porque los árboles más fuertes nacen de semillas pequeñas y escondidas. No nos cansamos de decirlo: hay que creer para ver.