Por Patricia Kreibohm - Para LA GACETA - Tucumán

El atentado de Sarajevo no fue, de ninguna manera un hecho aislado y excepcional. Durante los últimos años del siglo XIX y comienzos del XX, una serie de campañas terroristas asolaron a Europa e hicieron evidente que esta estrategia estaba adquiriendo una relevancia fundamental.

De hecho, durante esta etapa, diversas organizaciones anarquistas, socialistas y nacionalistas, estructuraron cuidadosamente sus acciones para alcanzar cuatro objetivos básicos: dar a conocer su causa, inspirar la emulación, provocar la violencia represiva y generar el levantamiento de las masas. Concebían al terrorismo como una propaganda por los hechos y consideraban que su implementación era necesaria, legítima y eficaz pues, su virtud más importante radicaba en su capacidad para instalar y generalizar el miedo entre los poderosos. Así, consolidada por sociedades secretas y organizaciones políticas, la filosofía de la bomba fue divulgada a través de una serie de escritos y acciones que se expandieron por toda Europa e incluso, llegaron a Norteamérica.

Entre 1878 y 1906 Rusia se vio sacudida por diversas olas de terrorismo. En total, los autores calculan que el número de ataques superó los 220; entre ellos el que le costó la vida al zar Alejandro II, en 1881. Pero las campañas terroristas también se desataron en el Imperio Otomano -principalmente protagonizadas por grupos armenios y macedonios- en Polonia y en Europa Occidental; específicamente en Francia, Italia y España; sin contar el caso de los grupos irlandeses que venían actuando desde tiempo atrás. En general, sus víctimas fueron monarcas, funcionarios y personalidades públicas de gran relevancia, entre ellos: el presidente francés, Sadi Carnot, (1894); el primer ministro español, Antonio Cánovas del Castillo (1897); la emperatriz Elizabeth de Austria (1898); el rey Umberto I de Italia (1900) y el rey Carlos de Portugal y su hijo (1908).

Finalmente en 1914, se produjo el asesinato de los herederos al trono austríaco, Francisco Fernando y su esposa Sofía. Tuvo lugar en la capital de Bosnia-Herzegovina, el 28 de junio de 1914 y fue perpetrado por Gavrilo Princep, un militante del grupo La Joven Bosnia, adherido a la organización La Mano Negra; un movimiento nacionalista que tenía conexiones con otros sectores paneslavos, fuertemente vinculados al gobierno de Belgrado. Fundada a comienzos del siglo XX, la Mano Negra tenía el objetivo de alcanzar la reunificación de todos los serbios, en un único Estado. Debido a que el dominio de Austria sobre Bosnia configuraba un obstáculo importante para sus planes, la organización -que ya había llevado a cabo más de una decena de atentados en la región balcánica- decidió acabar con la vida de los herederos al trono.

Las consecuencias de este crimen fueron gravísimas. Los reclamos de Austria a Serbia pusieron en funcionamiento el mecanismo de las alianzas, lo cual condujo al estallido de la Primera Guerra Mundial; un hecho que cambió la Historia para siempre.

Como sostienen los especialistas, esto demuestra una vez más que la peligrosidad del terrorismo no se reduce al efecto de sus acciones sino que, con frecuencia, éstas pueden convertirse en los detonantes de verdaderas catástrofes históricas.

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Patricia Kreibohm - Profesora de Historia contemporánea de la UNSTA.