“Las mejores cervezas del mundo son las nuestras”, afirman los belgas, orgullosos del éxito internacional de su Stella Artois. “A los paladares belgas les caen perfecto las elaboradas con trigo, que son más frutadas”, explica Wagner Marques, sommelier de cervezas. Los holandeses reivindican su Heineken y los alemanes van por el mundo embanderados con Warsteiner. Desde este lado del océano, los mexicanos buscan Corona por todas partes, y los colombianos mueren por una Águila o una Pilsen. Pero estamos en Brasil, donde el consumo de cerveza es astronómico y, ¿quién puede dudarlo?, es la bebida del Mundial.

¿Se imaginan venta libre de cerveza en el interior del Monumental de 25 de Mayo y Chile o en La Ciudadela? ¿Y sin alambrados? En la Copa del Mundo es posible. Claro que las medidas de seguridad en el interior de los estadios son estrictas hasta lo impensado. Basta que un espectador prenda un cigarrillo para que en cuestión de segundos se lo invite amablemente a apagarlo. Ni que decir de las agresiones: quedan desbaratadas casi al instante. Para eso están los guardias sentados de espalda a la cancha. Otean las tribunas y avisan a sus compañeros, todos apostados en los pasillos. Así es posible conferirle luz verde alcohol sin restricciones.

El Mundial es uno de los campos de batalla en los que se libra la guerra comercial por el liderazgo en el mercado brasileño. Un mercado de más de 200 millones de consumidores, la mayoría ansiosos por degustar en algún momento del día una cerveza bien helada. Esto para disgusto de los ingleses, que se pasaron semanas intentando encontrar cervezas al natural, como las toman en su país. Una misión casi imposible en una tierra donde las latas o las botellas queman las manos de tan frías que se venden.

La asociación de Brahma con la FIFA le confirió el privilegio de ser la marca exclusiva en los estadios y sus adyacencias, en los Fan Fest y en cualquier convocatoria oficial que roce la Copa del Mundo. “No tiene un gusto muy elaborado, es una cerveza bien industrial. La encuentro parecido a la Carlsberg que toman en Dinamarca”, opinó Markus, un alemán que charló con LA GACETA en el Fan Fest de Belo Horizonte. Markus hizo el clásico brindis y se mandó más de medio litro sin respirar. Hubo aplausos.

Hablando de brindis, la palabra para decir “¡salud!” en portugués es skol. Así como la Brahma se bebe en los estadios, la Skol se toma en la calle. Los carteles de Brahma se replican en los bares más elegantes. Los de Skol invaden chiringuitos, almacenes y barras al paso. Es la más popular de las cervezas brasileñas y la que más les gusta a los argentinos. “¡Qué lindo está para una Skol!”, se despídieron los mendocinos Raúl y César apenas terminó Argentina-Nigeria.

Las brasileñas cuentan con una cerveza hecha a su medida. Se llama Devassa y se destaca por su sabor, mucho más suave, y por la forma de la lata, que es fina y hasta viene en edición “Playboy”. En tanto, dos marcas muy requeridas por los europeos son la Kaiser y la Antarctica Sub Zero, cuyo nombre anticipa que debe tomarse cerca del punto de congelación. También se elogia a la Schin, mientras que la cerveza que menos cuaja en el gusto de los visitantes es la Itaipava.

Por una cuestión de disponibilidad y de precios a la cerveza no hay con qué darle, por más que los rusos y los bosnios hayan buscado tragos más fuertes. Acostumbrados al vodka, para ellos la cerveza es como jugo de naranja. El segundo lugar del consumo mundialista es para la caipirinha, en especial en Río de Janeiro y en las sedes del Nordeste. Los precios delatan la calidad de la cachaza con las que se prepara: una por menos de cinco reales supone que la materia prima proviene de algún alambique casero. Los vasos con la rodaja de límón asomando son el clásico de la rambla carioca. ¿Y el vino? ¿Y el whisky? ¿Y las bebidas blancas? Están, definitivamente, fuera de la órbita del Mundial.