El cerebro de los hombres está hecho de pequeñas cajas. Ellos tienen un estuche para el auto, otro para el dinero, otro para el trabajo, otro para los niños y otro para el fútbol. Y la regla establece que las cajas no se tocan entre sí. Cuando hablan de un tema, van a esa caja, la abren y discuten únicamente sobre lo que está ahí dentro.
El cerebro de las mujeres es distinto. Es como una bola de cables: todo está conectado con todo. El dinero se conecta con el auto, el auto con los chicos, los chicos con el trabajo, el trabajo con la casa.
Ahora, los caballeros también tienen una caja que no contiene nada. Y del universo de cajas masculinas, esa es su preferida. Por eso, pueden comportarse como zombis, por ejemplo. Semejante actitud a las chicas nos enloquece. ¿Cómo es posible que tengan la habilidad de pensar en nada y aún así seguir respirando?
Nuestra mente, en cambio, nunca se detiene. Y nada nos molesta más que ver a un hombre haciendo nada. Así que, si lo sorprendemos en ese estado vegetativo, le preguntamos:
- ¿En qué estás pensando?
- En nada.
El autor de esa reflexión, Mark Gungor, un conferencista de Estados Unidos, probablemente no se haya inspirado en un Mundial de fútbol cuando elaboró su idea. Pero, a juzgar por lo que se vive en las casas, en las oficinas y en cualquier parte, cuando los dos sexos se encuentran a ver a la Argentina, se comportan como lo graficó el pastor.
Mientras ellos -en general- se acomodan frente al aparato, a riesgo de sufrir luego una tortícolis, nosotras vemos el juego y a los jugadores, hablamos de zapatos, sacamos a pasear a los niños, aprovechamos el medio tiempo para ir al shopping. Y también les preguntamos a ellos en qué están pensando.