Sara Barderas - Columnista de DPA

Felipe VI asumió el reto de recuperar el prestigio perdido de la monarquía española. La corona se adentró con su proclamación en una nueva era y el rey agarró el guante que le lanza una sociedad a la que los escándalos de los últimos años en la Casa Real la han alejado de una institución antes muy valorada. Felipe pronunció en el Congreso su primer discurso como rey de España y discurrió por él con un leitmotiv muy claro: el de “una monarquía renovada para un tiempo nuevo”. Los 39 años de reinado de su padre, Juan Carlos, terminaron con una crisis de desprestigio sin precedentes. En ella la sumió el escándalo de corrupción que protagoniza su yerno, Iñaki Urdangarin, y que ha salpicado a su hija hasta el punto de que la infanta Cristina fue imputada por el juez que lo investiga. Pero también contribuyó a ella el monarca que hace casi 40 años facilitó el tránsito de la dictadura a la democracia: la lujosa cacería en Botsuana por la que acabó pidiendo perdón hace algo más de dos años y su relación con la princesa germano-danesa Corinna zu Sayn-Wittgestein no gustaron nada.

“La corona debe buscar la cercanía con los ciudadanos, saber ganarse continuamente su aprecio, su respeto y su confianza”, planteó, “y para ello, velar por la dignidad de la institución, preservar el prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente”.

Y practicando esa cercanía desde el primer día, decidió hacer en automóvil descubierto el recorrido posterior a su proclamación desde el Congreso de los Diputados hasta el céntrico Palacio Real, donde él y la reina Letizia abrieron las puertas a 2.000 representantes de la sociedad española. Los servicios de seguridad se lo habían desaconsejado. La Casa Real manejó aún a comienzos de la semana que la balanza se inclinaba más por hacer ese paseo por el centro de Madrid en un automóvil con techo. Ganarse el favor de los españoles pasa por hacer calle inevitablemente, y Felipe y Letizia lo saben.

En medio de las reivindicaciones republicanas que se han hecho más visibles y que han abierto en la calle y en el Congreso el debate sobre un referéndum, el rey hizo una defensa cerrada de la monarquía. “Puede y debe seguir prestando un servicio fundamental a España”, dijo, defendiendo su contribución a la “estabilidad” política como instrumento de mediación. No cabe más que esperar que un monarca defienda la corona, pero tampoco tendría por qué haber aludido a ello. El hecho de que lo haga dice que quiere mostrar que sabe muy bien lo que está ocurriendo en la calle. También con la sencillez del acto en el que se convirtió en nuevo rey lanzó un mensaje claro a la sociedad española. No hubo ostentaciones ni lujos, ni siquiera en la ropa que vistieron la nueva reina y su madre, la reina Sofía. Las dos, sencillas y de corto.

Nada tuvo que ver la proclamación de Felipe, por caso, con la llegada al trono del rey Guillermo Alejandro de Holanda. No hubo mandatarios extranjeros invitados ni representantes de otras casas reales.