Fusión entre estrella del pop y música clásica, la agenda del pianista chino Lang Lang parece ser un reflejo patente del eclecticismo que lo acompaña en escena: hoy actuará en el Teatro Colón de Buenos Aires y luego, tras un breve paso por México, Líbano y Alemania, se presentará en el HSBC Arena de Río de Janeiro, nada menos que dos días antes de la final del Mundial de fútbol.
En las antípodas de la sobriedad de un Arthur Rubinstein, Lang Lang no teme salirse de los cauces estéticos vigentes para la audiencia clásica habitual. Ha compartido festivales con Adele y Coldplay, puede tocar una pieza de Schubert sumergido en humo al mejor estilo disco y presentarse con una chaqueta de lentejuelas para sentarse ante un piano blanco y flotante.
¿Cómo hace este pianista para perdurar en el mundo más bien recatado de los artistas clásicos? Tras reemplazar a último momento a André Watts en 1999 con el primer concierto para piano de Tchaikovsky en el Festival de Ravinia, su carrera fue meteórica y ha hecho de su nombre una marca. Marca de una infalibilidad técnica celebrada en muchos mercados como sinónimo de calidad musical; marca de un acercamiento de lo clásico a lo popular; marca de una juventud que apunta a brillar en pantalla con sus destrezas; marca de un entusiasmo que convierte el esfuerzo en un momento lúdico y enciende las ganas de millones de seguidores que persiguen lo mismo que aquel ídolo.
Uno entre 30 millones
Amalgamándose tal vez con su hogar por adopción, Estados Unidos, es un ejemplo del “sí, se puede”. Logró saltar a la fama internacional pese a ser uno de los 30 millones de jóvenes que estudian piano en China. Una de sus banderas es promover el aprendizaje musical en la próxima generación. “La música hace que la vida sea mejor. Sana, une e inspira”, asegura en la página web de su Fundación, en la cual ofrece programas de formación, clases magistrales y cursos intensivos.
¿Cuál es el hogar de este pianista que en las próximas cuatro semanas se presentará en cuatro continentes? Son pocos los días al año que puede pasar en su vivienda de Estados Unidos. Sin embargo, asegura que ese ritmo de vida no afecta su desarrollo musical. “Cuando toco en casa me siento en general más relajado, pero en lo que respecta a la música en sí, nada cambia, porque independientemente de cuándo y de dónde toque, todo siempre gira en torno a la música, es lo único en lo que hago foco”, declaró a la agencia DPA.
Esta noche, cuando se presente en el Teatro Colón con sonatas de Mozart y baladas de Chopin, podrá observarse una vez más si el prodigio logra aunar la maestría del entrenamiento con la madurez musical, esa que el argentino Daniel Barenboim quiso apuntalar en una clase magistral tantas veces vista de 2005. “Con Barenboim he trabajado desde el inicio de mi carrera. Es mi mentor, del que he aprendido mucho”, subrayó Lang, con respeto.