Por su amplitud y contornos difusos, la función del manager no goza de una comprensión cabal por parte del común de los mortales. Pero para definir la de José Santamarina en el staff de Los Pumas se puede recurrir a la siguiente comparación: si el seleccionado argentino de rugby fuera un piloto nuevo en la profesional F-1, “El Cheto” sería el encargado de tomar todos los recaudos posibles para que el monoplaza llegue a ver la bandera a cuadros en lugar de terminar estrolado contra un muro de contención. ¿Cómo? Oficiando de nexo entre el plantel, el staff técnico y la dirigencia.

“En este proceso de acoplamiento al primer nivel, todo se fue haciendo más complejo. Los entrenadores manejan tantas cosas que no tienen tanto tiempo para dialogar con los jugadores, ver cuáles son sus necesidades, así como con la dirigencia. Ahí es donde entro yo”, explica Santamarina.

Su unción como mánager del seleccionado obedeció a dos rasgos de su personalidad. El primero es su carácter frontal y contagioso, que lo llevó a ser uno de los más emblemáticos capitanes de la “naranja”. El otro es su inmunidad a los avances tecnológicos, que facilitan la comunicación virtual, pero conspiran contra la más genuina: el cara a cara.

Hasta ahí su misión. “Aunque los entrenadores siempre tienen la generosidad de incluirme en las conversaciones sobre el juego, trato de no meterme mucho. Es tanta la cantidad de horas que le dedican a su trabajo, que sería una falta de respeto que yo les haga una observación. Tienen un estudio tan profundo de lo que hace el equipo y de lo que puede dar, que es muy difícil que se les escape algo”, describe “El Cheto”, que en sus épocas de Puma conoció una realidad mucho más rudimentaria.

Lo que no ha cambiado para él es el carácter sagrado y primario del equipo. Por eso, asegura que no lo desvela el clima enrarecido a partir de las declaraciones de Patricio Albacete contra Daniel Hourcade y la UAR. “Así lo vivía yo cuando jugaba: el equipo estaba por encima de los jugadores. Hoy lo único que me interesa es lograr que al equipo no le falte nada. No tengo tiempo de pensar en nada que no sea eso”, asevera.

Tucumán siempre fue sinónimo de efervescencia para Los Pumas, pero contra Irlanda la fama se vino abajo con un “José Fierro” poco más allá de la mitad de su capacidad. ¿Cuán probable es que el seleccionado regrese en el corto plazo, considerando que la presidencia de la UAR ya no está en manos de Tucumán? “No soy dirigente, pero va a ser cada vez más difícil si no logramos tener un estadio acorde. Aunque no sea de 25.000 personas, pero sí uno para 12.000 que cumpla con los estándares internacionales. No sólo en campo de juego, sino en vestuarios, cabinas de prensa y demás. Hoy por hoy, no estamos cumpliendo esas necesidades. De hecho, hay muy pocos estadios que cumplen con todas las condiciones. El de La Plata es uno de primer nivel, por ejemplo, pero a la ciudad le falta capacidad hotelera. Entonces hay que viajar 60 kilómetros para jugar un partido”, advierte Santamarina, que de todos modos conserva la esperanza.

“Vamos a hacer toda la fuerza para que Tucumán siga siendo una plaza importante para Los Pumas. Por supuesto, mucho dependerá de cómo trabaje la dirigencia en hacer convenios con el gobierno. Porque esto es así en el resto del mundo. Los estados están presentes, a través de su Secretaría de Deportes o de Turismo. Sin esa presencia, se hace muy difícil. Ojalá podamos hacer que jueguen en Tucumán una vez por año, o al menos cada dos”.