En un Mundial no se puede experimentar demasiado. Para llegar a buen puerto es esencial ser fiel al libreto elegido ya sea por historia o circunstancia.
En Corea-Japón 2002, Brasil fue campeón con su marca registrada. El jogo bonito estuvo a la orden del día y nadie pudo ni siquiera hacerle sombra. En 2006, Italia se abrazó a la gloria en base a su histórica solidez defensiva. Fue un muro atrás aquella nazzionale y, pegando cuando tenía su chance, obtuvo su cuarto título del Mundo. Por último, para Sudáfrica 2010, España dejó de lado ese cúmulo de ganas que la habían transformado en la “furia” para dar paso a un fútbol pausado que terminó generando adeptos en todos los rincones del universo. Y el final fue cantado: los “gallegos” llegaron por primera vez en su historia a ser los reyes del planeta fútbol.
Colombia tomó nota de esos puntos y, desde la llegada de José Pekerman apuntó sus cañones a respetar “su” filosofía: tenencia de balón y agresividad a la hora de buscar el arco rival. Y el arranque en Brasil 2014, fue perfecto.
La selección “cafetera” fue un alud que derribó los sueños griegos. Fue 3-0, aunque pudo haber sido algo más, si los sudamericanos hubiesen estado más finos o no hubieran caído en baches futbolísticos; lo único que su DT argentino debió haber anotado en el debe tras el debut.
Ni bien arrancó el duelo, Colombia mostró sus credenciales y, lo más importante, lastimó a su rival. James Rodríguez y Juan Cuadrado sintonizaron la misma frecuencia y armaron una linda jugada a la que Pablo Armero le puso un moño. Gol: 1-0.
Después de la ventaja, Colombia sacó el pie del acelerador y bajó la intensidad. Pero los jugadores entendieron a la perfección el mensaje del DT en el entretiempo. Teófilo Gutiérrez en el arranque del segundo tiempo y Rodríguez sobre el final sentenciaron la lucha y avisaron que con “su” marca registrada están para grandes cosas.