En Manaos se vio un fútbol tan exquisito como irreconocible, sobre todo del lado de los tanos, cuyo legado al culto del “picapiedra” dejó de existir desde la llegada de Cesare Prandelli. El DT que puso a Italia en la final de la última Eurocopa fue en contra de la historia de su país. Se negó a romper la armonía del fútbol. Apostó a construir, a salir con el balón dominado desde el fondo y a proyectar peligro en cada pase bien dado.
Bien por Prandelli, bien por Italia, que al inicio del partido pasó varios sofocones porque enfrente tenía a una selección necesitada de un buen resultado.
Inglaterra apostó al vértigo de sus veloces hombres en ofensiva. Inglaterra era pasión y fuego dentro de la cancha. Italia, en cambio, aplicaba mesura en su posicionamiento táctico y mucha paciencia. La apertura del marcador se dio al revés lo que insinuaba el partido. Golpeó primero Italia, que en Sudáfrica 2010 se fue por la puerta de atrás, dando pena. Fue tras un córner corto, una finta exquisita de Andrea Pirlo y un remate gusano de Claudio Marchisio, que evadió seis piernas inglesas antes de colarse pegado al palo diestro del buen arquero Joe Hart.
Fue un bombazo lo de Italia que, irónicamente no sintió el derrotado. Dos minutos después, a los 37’, apelando al mismo vértigo del inicio Inglaterra recuperó la bocha en el medio, Raheem Sterling levantó la cabeza y le puso una de billar a Wayne Rooney. Veloz el gordo, tiró un centro pasado y perfecto para que Daniel Sturridge conecte botín balón y decrete el 1-1. Y sobre el cierre del acto, Italia buscó desnivelar. Primero le sacaron a Mario Balotelli el grito sagrado y después el palo le negó la alegría al picante Antonio Candreva. Lo merecía.
Con esa misma necesidad de triunfo entró Italia al complemento. Balotelli desniveló (gran centro de Candreva) e Inglaterra, que tuvo las suyas, nunca pudo alcanzar a un equipo cuya intención es volver a escribir la historia de su fútbol, jugando al fútbol.