RÍO DE JANEIRO.- Cumplir el sueño de una vida no está al alcance de cualquiera, aunque sí de Lionel Messi, el hombre al que le llegará su “hora cero” hoy en el Maracaná.

A los 27 años, que cumple el 24 de este mes, el fútbol pone al argentino ante un desafío con pinta de película de Hollywood: jugar el primer y último partido de un Mundial en el estadio de fútbol más famoso del mundo y cerrar de una vez por todas cualquier duda acerca de su status histórico como jugador. “Hay muchas ganas para este torneo, creo que aprendí lo que hice mal en las ediciones anteriores para no volver a repetir los errores”, dijo el 10.

Tras un año complicado en Barcelona, aunque de tanto en tanto ofreciera partidos superlativos, la pregunta de los argentinos es una: ¿está bien Messi? La esperanza es clara: quieren creer que Messi realmente puso el freno de mano en su club para “reservarse” de cara al Mundial. Que su bajón de juego sólo fue el plan genial de un hombre que privilegió a la Selección.

El delantero lleva ya más de la mitad de su vida viviendo en España, pero jamás quiso jugar con la camiseta roja. “Me hace feliz que se recuerde que fui yo quien hizo llegar a Messi a La Selección casi quitándoselo a España”, recordó José Pekerman, ex DT argentino y hoy al frente de Colombia. Pero tanto o más cierto que el papel de Pekerman es que Messi estaba obsesionado con jugar por Argentina. Jamás lo hubiera hecho por España, pese a que se lo propuso en persona Amador Bernabéu, abuelo de su amigo Gerard Piqué y dirigente “culé”.

Nada de eso. A lo largo de todos sus años en España, Messi se preocupó por no permitir que se le pegara el acento español. Quería, desde lo más profundo de su ser, seguir siendo argentino. En esos años, muchos de sus compatriotas lo acusaban de “pecho frío”, de no sentir la camiseta y de ignorar la letra del himno nacional.

Aquel ánimo anti-Messi se fue desinflando a fuerza de goles y triunfos en las Eliminatorias. Fue Messi, en un gran partido ante Colombia, en Barranquilla, que pudo ser derrota y terminó en energizante victoria, el que impulsó a Argentina, señalada por casi todo los entrenadores del Mundial como una de las cuatro favoritas a alzar el trofeo de campeón el 13 de julio en el Maracaná.

Y mientras Alejandro Sabella se despierta por las noches angustiado por las decisiones que tomó o debe tomar para que la Selección funcione, Messi viene siendo centro de un operativo de persuasión desde hace tiempo: el técnico y algunos de sus compañeros buscan convencerlo de que atacar con tres puntas puede ser peligroso, de que el equilibrio es necesario en una selección con un mediocampo discreto y una defensa no exactamente sólida. Más aún ante Bosnia, rival de hoy y más peligroso que Nigeria e Irán.

Cabezadura y orgulloso, Messi quizás esté más receptivo que hace un tiempo. Viene de ser ovacionado por miles de brasileños en un entrenamiento en Belo Horizonte, lo que demuestra que el fútbol es más fuerte que las rivalidades. Si no, no se entendería que en tantas y tantas playas brasileñas haya jóvenes locales vistiendo la el “10” de él.

El Mundial le debe una alegría a Messi. En Alemania 2006 se quedó sin jugar el partido clave ante el equipo local, y cuatro años después lloró desgarradamente en Ciudad del Cabo, otra vez por culpa de los alemanes, arrasadores con su 4-0 sobre Argentina. “Es más argentino que yo”, dijo recientemente Diego Maradona al hablar de un Messi al que todos ven como su sucesor, pero que necesita ganar un Mundial para ponerse a su altura en el corazón de sus compatriotas.

“Uno cuando entra a la cancha se transforma”, dijo esta semana Messi. Si esa transformación se da en la mejor de sus versiones, puede ir anotando una segunda visita al Maracaná dentro de 28 días.