Durante las últimas 48 horas la avalancha colombiana convirtió a Belo Horizonte en una sucursal de Medellín, de Cali o de Barranquilla. La selección de Pekerman visitó ayer el estadio Mineirao, donde los hinchas imploraron porque los dejaran pasar. No hubo caso. Al enviado de LA GACETA se lo miró con envidia cuando traspasó el portón. A la salida se acercó un fanático y, despojándose de la peluca marca “Pibe” Valderrama, preguntó: “¿tienes entrada para el juego con Grecia?” “Si”. “Te la compro. 400 dólares”. Ofertas como esa no se rechazan todos los días.
Lo más apasionante de la Copa del Mundo -y hay motivos de sobra para apasionarse- es que todos son potenciales entrevistados. Las historias están ahí, al alcance de la libreta, es cuestión de calibrar la visión y el oído para descubrirlas. Un gesto, un color, una palabra en un idioma desconocido, disparan la inquietud. Fue la constante durante toda la semana en la bellísima Belo Horizonte (recomendación: es un excelente destino turístico). No obstante, el cronista no logró encontrar a los fanáticos griegos. ¿Dónde se metieron?
El vertiginoso itinerario del Mundial sigue hoy con un salto hasta Río de Janeiro. La Selección nacional llegó anoche a tierras cariocas. Para los jugadores estará vedado el paseo por Leblon, Ipanema y Copacabana. Ese será el objetivo obligado de los miles de argentinos que están movilizándose hacia Brasil y mañana coparán el Maracaná. Será entonces el terreno para recoger esas historias, en especial de los tucumanos, cuya presencia se hizo desear en Minas Gerais.
El hecho de que el vuelo salga a la 6, con la consiguiente obligación de pasar por el mostrador dos horas antes, obliga a apelar a un taxi que acorte tiempos y distancias.
El aeropuerto de Confins está a una distancia equivalente al trayecto San Miguel de Tucumán-Famaillá. La tarifa es de 100 reales, alrededor de 340 pesos. Una muestra de la fortuna que puede llegar a pagarse aquí se apela al taxi como medio de transporte. Y anticipan que en Río será peor.