Son seis kilómetros. Apenas seis kilómetros en los que se pueden apreciar casi todos los colores del espectro social de la capital tucumana: la lucha diaria contra el hambre, la pobreza que estremece, la droga a plena luz del día, la vitalidad de los que siguen apostando por el trabajo, el movimiento incesante del comercio. La suciedad interminable, el hartazgo, las cloacas que explotan. La resignación, las rejas hasta en el techo, el doloroso contraste, pero también la solidaridad de los nuevos vecinos de Lomas de Tafí. Todo eso cabe en la avenida que marca el límite norte de San Miguel de Tucumán: la Francisco de Aguirre.

El recorrido de LA GACETA comienza en el extremo oeste, a la altura del 4.500, ahí donde la fosa común conocida como Pozo de Vargas guardó bajo tierra los secretos del terrorismo de Estado en Argentina. Un olor putrefacto sacude las narices de quienes no habitan la zona. Los otros, los que lo padecen a diario, están acostumbrados. “Acá hay algunos vecinos que tienen chiqueros, que crían animales. Ahora no es nada, lo peor es cuando llueve y después sale el sol. No se puede respirar”, dice Cecilia Molina, una joven de 17 años que sostiene su panza de ocho meses. Hace poco más de un año que se ha instalado en una humilde casilla en la punta de la Francisco de Aguirre. Dice que hay muchos problemas, pero la nena que viene en camino la hace olvidar de todo. “Acá lo más grave es que no tenemos agua. Muy de vez en cuando sale algo a la madrugada, entonces nos levantamos y juntamos lo que se pueda en tachos. Cuando nos quedamos sin nada, no tenemos más remedio que pedirles a los vecinos de Lomas. Ellos si tienen y algunos son muy buenos, solidarios”, celebra la inminente mamá.

A Cecilia le preocupa la inseguridad, pero asume que no es fácil combatirla: “acá después de las 19 no circula ni un alma por la calle, y mucho menos cuando no anda la luz de la avenida, cosa que pasa seguido”, cuenta.

Diez cuadras más hacia el este, la cosa no es muy distinta: Carlos Domínguez, dueño de una carnicería en Francisco de Aguirre al 3.500, está transcurriendo sus últimos días en ese local. “Acá no se puede trabajar ya. A la tarde abrimos por abrir, porque la gente no sale ni a la puerta, mucho menos para hacer las compras”, explica el comerciante. En las otras 10 cuadras que siguen no se sabe qué mirar: si el hilo constante de agua servida que circula pegado al cordón sur de la avenida o al chico que en una de las esquinas, a apenas dos cuadras de la intersección con Ejército del Norte, se droga cubriéndose con un buzo negro. “Está siempre ahí. Él pensará que nadie se da cuenta de que está con el paco o el pegamento”, asegura una vecina que no quiere dar a conocer su nombre. Nadie lo mira. Es como si formara parte del paisaje.

Más adelante, a la altura del Acceso Norte, los automovilistas que deciden usar la Francisco de Aguirre para ingresar a la ciudad se encuentran con pastizales, con vehículos abandonados, con calles rotas y con un paisaje repleto de pobreza. Entonces, a los que son turistas, y tal vez a los propios tucumanos, no les queda otra que colocarse anteojeras imaginarias para no mirar a los costados. Esa parece ser la única manera de llegar a destino sin amargarse. Anteojeras como las que usan algunos de los caballos flacos que tiran los carros innumerables que transportan basura y escombros entre los autos a lo largo de toda la avenida.

Al 3.500
Cansados de los asaltos, piensan mudarse

“Nosotros nos vamos a Lomas de Tafí. Aunque el alquiler sea más caro. Acá no se puede trabajar”. Carlos Domínguez tiene una carnicería en Francisco de Aguirre al 3.500. Según él, en un año han intentado entrar a robar tres veces al local, que por poco tiene rejas hasta en las heladeras. “Otras dos veces me amenazaron con un cuchillo y una vez más con un revólver. A la tarde esto es un desierto; abrimos pero no viene nadie”. Según el comerciante, a las 5 de la mañana ya hay jóvenes en el pasaje al lado del local. “Asaltan a la gente que sale a trabajar. Hace poco entraron a robar en un comedor que le da de comer a un montón de chicos. Eso ya es mucho”, reniega.

Al 2.000
Pozo profundo + agua estancada = accidentes a diario

En la esquina de Francisco de Aguirre y Alberti pasa de todo: un enorme “cráter” en medio de la calle, más una pérdida de agua que baja por Alberti y una cloaca que se revienta todas las semanas forman un cóctel ideal para provocar accidentes. Osvaldo Di Filippo tiene un vivero justo al frente de ese pozo enorme que se oculta debajo del agua. “Todos los días le tiramos un poco de ripio, porque al estar tapado con agua, la gente no lo ve. Al menos una vez por día se cae un motociclista, y es un peligro, porque los autos pasan a toda velocidad”, señaló. Según él, hace unos meses repararon una pérdida pero nunca taparon el hueco. “Solamente lo rellenaron con ripio, pero eso no duró nada”, dijo.

3.500 - 2.500
Una pérdida cloacal de 10 cuadras se cuela en el almuerzo

Ya no le sorprende a nadie. Algunos vecinos optan por cerrar las ventanas para que el olor no se cuele en el almuerzo. A lo largo de 10 cuadras, del 3.500 al 2.500, un río de agua servida a lo largo del cordón ya es parte del paisaje. “No sé cuánto tiempo lleva ahí. Sí le puedo decir que hemos llamado a la SAT y que a veces vienen a reparar, pero la cloaca sigue perdiendo”, contó Josefina Laguna. Desde la SAT admiten el problema: “detectamos un colapso en la cañería colectora. Su reparación es compleja y requiere de trabajos previos que ya se encuentran en vías de ejecución”, señaló Hugo Paliza, jefe de Coordinación Técnica de esa empresa para el Gran San Miguel.

Del 0 al 100
Donde nace la avenida, los asaltos son la constante

Más que en las casas, los vecinos de Francisco de Aguirre y avenida Juan B. Justo señalan que a los asaltos los sufren quienes toman el colectivo para movilizarse. “La parada del 11 es uno de los blancos preferidos de los delincuentes. Todo el tiempo les roban las carteras a las mujeres, los celulares a los chicos... La peor parte es la calle Balcarce, los asaltantes se meten dentro del Complejo Muñoz y entonces no recuperás nada”, contó Luisa Tedeschi, cuya familia vive en esa ajetreada esquina desde hace 30 años. Si bien les genera confianza saber que los atracos no suelen ser en las casas de familia, el miedo a salir o llegar en colectivo a la noche es la constante.